sábado, 27 de febrero de 2016

De la resolución, el amor y la geometría

"Resolver", sinónimo en castellano de solucionar, deshacer, disolver... proviene del latín "resolvĕre", que significa re-soltar o re-desatar.

Siempre podemos seguir ascendiendo o descendiendo en la escala a la que apreciamos cualquier cosa, la realidad es tan generosa que nunca se agota. Hacia arriba, hacia fuera, fractales, espirales, esferas... hacia abajo, hacia dentro, más de lo mismo, más de exactamente lo mismo. En las capas intermedias se alternan orden, caos y desorden geométrico. De ahí en gran parte el poder de la geometría: no es una invención humana, es un descubrimiento.

Viajando por Qatar me asalta la enésima referencia a Irán (ya van demasiadas como para no hacerle caso), una mezquita de estilo persa que a pesar de un entorno desfavorable me seduce inmediata e irremediablemente.


¿A qué genio loco se le han ocurrido estas combinaciones de geometría y color?

Qué me sucede con este tipo de creaciones, de composiciones, no lo sé.. Da lo mismo que se trate de la fachada de un edificio, un labrado en madera, un estampado en tela, un dibujo en papel o en la pantalla de un ordenador... el efecto es siempre un estado entre fascinación, admiración, sorpresa, emoción, hipnosis, entrega, silencio, trance... y en definitva amor. Podría pasarme horas contemplando, descubriendo detalles... y con la sensación de que éstos nunca se agotan. Es decir, de que su resolución es infinita.

Cuando algo me fascina suele ser inesperadamente, y lo primero que me suele pasar es que mi mente se desconecta, es el instante de disfrutarlo como un niño, como un perro si puede ser. Cuando recupero la capacidad de procesar mentalmente, antes o después de saturarme por exceso de placer hago un cambio de escala, y observo cómo se da el tránsito hacia otras dimensiones mayores o menores. Si el objeto de fascinación supera esta prueba, si el embrujo no se rompe, entonces sospecho que hay autenticidad, y es hora de desatar, de soltar la satisfacción inicial, para cambiar nuevamente de escala sin apego al placer anterior. En este nuevo lugar vuelvo a escrutar con mis sentidos, y antes o después de la siguiente saturación vuelvo a cambiar de escala. Cuantas más veces puedo realizar este proceso y sorprenderme positivamente, tanto más auténtico me resulta.

Me acerco a la fachada de la mezquita todo lo posible, al límite que mis ojos pueden enfocar. Cuando la vista ya no da más de sí cierro los ojos, toco la cerámica, está más fría que la madera. Estoy tan cerca que se me ocurre oler. La cerámica no huele. La madera sí, huele a sol, a tierra y a barniz. Estoy tan cerca que se me ocurre chupar la mezquita, para notar su sabor, pero lo dejo para otro día en que haya menos gente alrededor. Intuyo una interpretación de la sensualidad como pura curiosidad sensorial.

Volviendo a la visión, compruebo que no hay una sola pieza igual a otra, están pintadas a mano. Me pierdo en las sutiles diferencias entre ellas. Pienso en el artesano, imagino su taller, sus herramientas, sus manos...



Puedo seguir descendiendo a las escalas donde reinan los matices que son fruto, por ejemplo, del proceso de cocción de la cerámica. Fascinarme con cómo de la técnica pueden derivarse texturas tan bellas, transparencias tan emocionantes y grietas tan humildes como inexpresables.

Si llevara encima la lupa de geólogo, o si tuviera un microscopio en la mirada, podría incluso descender a los siguientes niveles, donde la acción humana parece no haber sido tan relevante a priori, donde sin embargo la magia y el embrujo siguen funcionando sin piedad.

Desde la escala que consigue cazar mi atención, hasta más allá de los límites donde muere mi percepción, por arriba o por abajo, en cada etapa, en cada transición, a veces el objeto no decepciona. Más bien al contrario, se reafirma cada vez más. Entonces sé que estoy ante algo admirablemente auténtico.

Sucede con todo lo verdadero, parece ser. El cambio de escala, el paso del tiempo, las variaciones que padece lo auténtico al acercarse o alejarse de ello lo reafirman. Sucede también con el amor humano.

Existieron desde siempre o empezaron algún día, pero los amores verdaderos no acaban, se transforman. Lo que acaba, en todo caso, son los emparejamientos, las identidades individuales o compartidas. Pero los amores verdaderos cambian constantemente de forma, de escala, de color, de olor, de textura... mientras dura la vida. Y cuando ésta acaba se transforman en materia disponible para conformar otras vidas, otras relaciones, otras historias, a través de un proceso de transmutación, que solemos llamar muerte. Vida y muerte, encadenadas, son puro amor. Asociar amor y vida, excluyendo la muerte, es dejar el universo a medias.

Al final, de dos amantes, podrán quedar solamente subpartículas atómicas viajando en direcciones distintas hacia confines opuestos del universo. Pero en sus caminos encontrarán otras subpartículas con las que de nuevo interaccionarán apasionadamente, y lo harán siempre fieles a las leyes del universo. Eso es el amor. Eso es la energía. Esa comunicación inefable entre la materia y el sentido.

Cabe en esta grieta decir que la resolución no atañe exclusivamente a lo material. Entran en juego, además, dimensiones paralelas, como la psicológica, la mental, la sentimental, la técnica, la histórica... que pueden solaparse en ciertos momentos, pero que no son del todo lo mismo ni pertenecen al mismo género.

Para mí algo es auténtico cuando en ello operan varias de esas dimensiones al mismo tiempo. Y en una o varias parece estar sucediendo una resolución infinita.

Mi amor por la geometría sigue creciendo sin resolverse.


Y con esta enésima referencia siento que va siendo hora, sin prisa, con suavidad, de comenzar a marchar de Qatar. La India sigue en el norte de mi corazón, siento que acabaré llegando si tengo que llegar, sabes que eso no ha cambiado. Pero ahora, según parece, la siguiente escala de resolución será Irán. A seguir resolviendo, desatando, soltando.

Sólo pido, si es que pidiera, que se mantenga
la pasión que en silencio
me permite seguir atravesando las membranas invisibles.


sábado, 30 de enero de 2016

Impresiones de viaje: Doha [03]


La belleza está en los ojos del que mira...
La belleza está en los ojos del que mira...
La belleza está en los ojos del que mira...

Los primeros días en Doha he necesitado repetírmelo como un mantra. Porque me he sentido tan desconectado de la naturaleza con la que tanto he conectado en Ibiza en el último año... tan alejado de la tribu... tan ajeno a los valores que imperan aquí a primera vista... que me ha costado un poco. Pero algo ha cambiado.

Tras comprometerme con el presente y olvidarme de la idea de irme a la India, hasta que llegue el momento. Tras asumir que vivo en una torre de treinta plantas en medio de un barrio pijo en la capital de uno de los países más ricos del mundo, adalid del lujo cutre. Después de que el chófer del Nobu Doha (situado en el puerto deportivo del Four Seasons Doha) nos haya aparcado y desaparcado el todoterreno y salir de fiesta en el irish bar del Sheraton Doha. Tras sentir que el supuesto lujo material que me rodea y empapa estaba comenzando a saturar mi capacidad de apreciarlo, de forma suave y poderosa al mismo tiempo, algo ha cambiado.

Qatar seguramente también forma parte de, e incluso encabeza, otras realidades interesantes que al llegar yo no he podido apreciar. El reto es ser capaz de ver más allá de las apariencias. Está en mis manos descubrir un Qatar distinto al que yo me había imaginado, o me había querido imaginar.

Y el lujo materialista no es un obstáculo para ello. Más bien lo concibo ahora mismo como una prueba a superar. No hay que deshacerse de él. Hay que atraversarlo primero, y jugar con él a favor después.

Era evidente, pero hasta ahora no lo había visto con tanta claridad: no tendría ningún sentido pasar los días en Doha confirmando ideas preconcebidas, autocomplaciendo a mis propios prejuicios, regocijándome en lo artificial que me resulta todo esto y pretendiendo al mismo tiempo que no hay nada de valor, nada de belleza ni emoción en las calles que recorro ni en los seres humanos con los que me cruzo.

La realidad es demasiado generosa como para haberse olvidado de comprimir todo el universo en cada átomo de Qatar.

Ayer firmé la paz de corazón, con Doha y su opulencia, al visitar la mezquita de Sheikh Muhammad Ibn Abdul Wahhab. Lo que he sentido allí dentro me lo reservo para otro artículo en exclusiva. Son demasiadas cosas, demasiado intensas todavía, como para escribir sobre ellas. Necesito dejármelas sentir.


De momento hoy nos vamos al desierto. Visitaremos también alguna ciudad y pueblo no turísticos. Tenemos un contacto que trabaja para el gobierno y nos puede mostrar un campo de trabajo, para ver más de cerca las condiciones en que viven los inmigrantes en medio del desierto, lejos del lujo, construyendo autopistas de catorce carriles para las obras del mundial de fútbol de 2022. Quiero acercarme todo lo posible, para comprobar por mí mismo los rumores de esclavitud de la prensa internacional.

Esto se pone intenso. Y real.

Veo, hermanos qataríes, saudíes, iraníes, paquistaníes, indios, filipinos, sirios... a través de los preciosos colores de vuestras pieles. Veo a través de ellas, y lo que veo me resulta familiar. Me hace sentir que vuelvo a casa, porque a través de vuestra piel veo mi piel. Y a través de mi piel me parece verme a mí mismo.

La belleza está en los ojos del que mira.
En los ojos de la cara. En los ojos de los oídos.
En los ojos de la nariz. En los ojos de la lengua.
En los ojos de la piel, por supuesto.

La belleza está en los ojos de la mente y del corazón.

domingo, 24 de enero de 2016

Impresiones de viaje: Doha [02]

Sobrevolamos Turquía, parte de Irak y principalmente Irán. Es de noche y apenas se pueden apreciar asentamientos humanos, muy a lo lejos. Todo está muy oscuro. Atravesamos longitudinalmente un sistema montañoso que desconozco, de cumbres nevadas que al reflejo de la luna casi llena parecen papeles arrugados, posados sobre el desierto.

Llegamos al Golfo Pérsico y la sensación de aislamiento aumenta, durante casi una hora no veo más que agua. Impresiona, tras esto, ver en medio de la nada unos rectángulos perfectos de luces blancas, amarillas, naranjas, rojas... alguna verde y azul. Más tarde sabré que se trataba de centrales de procesamiento de gas y petróleo. Desde el cielo, en medio de la noche, son preciosos circuitos de luz, emocionantes símbolos de civilización.

El Hamad International Airport, como la mayoría de aeropuertos internacionales actuales que he visitado, es genérico. Parecen todos el mismo, huelen igual, suenan igual. Y sólo parecen diferenciarse entre ellos en detalles secundarios.

En este caso, por todos lados hay imitaciones de celosías árabes, en plástico o madera a escalas desproporcionadas que no funcionan, o a escalas razonables que funcionan sólo desde lejos en vinilos pegados sobre cristales. (Entre muchas otras cosas que me fascinaron en la Alhambra de Granada, una de ellas era comprobar que las celosías, los mosaicos, las cenefas... funcionaban, vibraban, tanto de lejos como al acercarse escrupulosamente a ellos).

Volviendo al Hamad, destacable el grado de limpieza, la corrección de la iluminación artificial, su estado de mantenimiento y la cantidad de personal. Recorridos largos pero que funcionan muy bien gracias a una señalética muy precisa.

Excesiva para mí la cantidad de superficies reflectantes y supuestos acabados dorados. Si al menos fueran realmente de oro, entonces me podría sentir impresionado de verdad y podría detenerme a disfrutar los maravillosos detalles del oro real. Pero no es así. Me aburre, me empalaga e incluso me atonta tanto brillo y reflejo sin criterio.

Por lo demás, el aeropuerto es como parecen dictar los cánones contemporáneos: obligado a cruzar zonas comerciales agresivas que no necesito, a caminar bastante, esperar una larga cola en la aduana y a verme de vez en cuando en zonas fantasma que se nota que no fueron proyectadas con el conjunto. Flecos del progreso.

Salgo de la terminal y una ordenada manada de taxis espera hambrienta. La iluminación artificial de esta zona es sorprendentemente cálida, como la temperatura del aire. Todos los taxis son de color azul celeste, excepto el que me toca a mí, que es amarillo. No tardo en descubrir que esto, aunque resultará muy divertido, no ha sido ningún privilegio. El taxista no es de Doha, viene de Dubai, es paquistaní y cuando le doy la dirección a la que me dirijo por su cara entiendo que sabe tanto como yo. De camino al "City center" hay una niebla bestial, no vemos nada más allá de diez metros... tras dos o tres odiseas ("Problem... this is problem..." me dice todo el rato, saturado y agobiado) y una sensación de bucle infinito, dos horas después llegamos a la torre de treinta plantas donde voy a pasar estas semanas. Acordamos pagar a medias el sobrecoste, nos reímos los dos a carcajadas, nos damos un abrazo, "Good luck my friend".


Tras desayunar contemplando la salida del padre Sol me voy a dormir.

viernes, 22 de enero de 2016

Impresiones de viaje: Doha [01]

Lost in translation.


Perdido en la traslación (más que en la traducción, que también) porque la música, o el sonido más concretamente, en principio me llevan a la India. Ese ha sido el impulso inicial. Pero de momento, el único hecho cierto aquí y ahora, es que por distintos motivos estoy en Doha y no tengo ningún otro billete, ni de ida ni de vuelta, a ningún otro lado.

Hacer una escala de varias semanas en Qatar era una opción prescindible, pero interesante, porque un socio y sin embargo y ante todo gran amigo de la infancia me ha ofrecido como anfitrión mucho más de lo necesario, en condiciones de lujo. Esto es un privilegio y un arma de doble filo que confío en saber manejar.

Inicialmente me lo había planteado en parte como un trámite, ya que más allá de visitar a mi amigo y de pasar de puntillas por este extremo de la realidad, no me siento seducido ni por la ciudad ni por el país, ni por su historia pasada ni por su presente ni por la proyección futura de su modelo de desarrollo. Pero es precisamente ese extremismo del modelo una gran oportunidad para vivirlo desde dentro, comprenderlo mejor y corregir la cadena de prejuicios en base a una experiencia real.

Hace ya unos días sentía que al llegar a Doha querría escribir. Así está siendo. Como siempre, no prometo nada. Pero aquí arrancan estas "Impresiones de viaje".

De momento, recién llegado, aunque soy sensible a la espectacularidad (y quizá precisamente por ello), siento más rechazo que fascinación. El canal con la India, lo que allí me lleva, permanece igual de abierto, es la prioridad de mi corazón en el horizonte de posibilidades. Pero ya no considero mi estancia en Qatar como una escala. Aquí es donde ahora estoy y aquí es donde voy a enfocar mi presencia ahora mismo.

"Haz lo que estés haciendo".

jueves, 22 de enero de 2015

De cómo conmueve la arquitectura



Supongo que hay muchas maneras. Pero yo sólo puedo hablarte de las que conozco.

Te sucederá, como te ha sucedido con otras formas de expresión más evidentes, como la música o la literatura. Pero la arquitectura, salvo numerosas excepciones, es humilde, respetuosa y lenta.

Un día comprobarás que un sillón o una mesa están especialmente bien colocados para leer o escribir en ellos. Que la materia, dispuesta de una forma concreta, hace fluir lo inmaterial de modo óptimo. Y te irás especializando en manipular la escenografía de tus días para que juegue deliberadamente a tu favor, para que suceda lo que a ti te interesa, sin que resida el protagonismo en el escenario en sí mismo. El espacio físico al servicio de la vida humana.

Por eso la arquitectura es humilde. E ir adquiriendo esa capacidad de manipulación es conmovedor.

Otro día, de repente, tendrá lugar en tu corazón algún sentimiento más o menos preciso. Nada que ver, aparentemente, con el espacio. Pero al observar la materia que te rodea, o la que te hizo llegar allí, verás que tuvo mucho que ver con ello.

Las formas, las texturas, los colores, los volúmenes... el desplazamiento de tu cuerpo a través del espacio o el comportamiento de la luz o del sonido... son unos concretos. Y más allá de ser compatibles con lo que has sentido, habrán tenido la capacidad de sugerirlo, facilitarlo y/o salvaguardarlo.

Podrás volver a ese espacio a buscar lo mismo más veces. Y si vas con el alma en un tono similar, seguirá funcionando.

La espacialidad, cuando funciona en términos arquitectónicos, opera en segundo plano para brindar y maximizar las condiciones en las que detonar tus emociones. Y eso, cuando no es casualidad, es causalidad.

La disposición física de causas que activan tus mecanismos emocionales es arquitectura, y se coloca un paso por detrás, un escalón por debajo, de la experiencia del que la habita. De lo contrario se trataría de algún tipo de escultura.

Por eso la arquitectura es respetuosa. Y comprobar que interactúa con las emociones como una máquina es conmovedor.

Ese día te secarás alguna lágrima, o no. Pero te acordarás de mí, y brindaremos por las circunstancias que dieron lugar a ese espacio: desde el promotor al último paleta, pasando por el arquitecto y pasando también por el paso del tiempo.

Y alguno de los días que vendrán después, en una forma, una textura, un color, un volumen... en el desplazamiento de tu cuerpo a través del espacio o en el comportamiento de la luz o del sonido... leerás el potencial que incrementa la posibilidad de conmover a seres humanos que aún no lo saben, pero acabarán allí conmovidos. Y esa idea, a ti, te conmoverá.

Reconocerás, en las cualidades de la materia, la partitura que hace sonar una experiencia relativamente concreta. Y podrás imaginar que todos los elementos del espacio que alberga tu presencia son uno solo, una gran caja de resonancia donde vibran tus emociones. Pero todo esto tardará en llegar, y se dará en diferentes fases.

Por eso la arquitectura también es lenta. Pero funciona. Y emociona. De muchas formas.

Y el día en que lo interiorices te conmoverás.

sábado, 10 de enero de 2015

Propuesta sensorial 05

Si alguna vez la niebla te sorprende y te rodea, inundándolo todo, por la noche, en medio del campo. Si hay gran cantidad de vegetación. Si la temperatura, la humedad y las corrientes te lo permiten. Si el cielo está despejado. Y si esperas hasta el alba o te citas con ella.


Entonces el agua que anoche flotaba, ahora sábana de rocío, cuelga milagrosamente de cada hoja, de cada ramita, de cada puente que han tejido las arañas. Y en mitad del silencio emocionante que lo precede comienza suavemente un rumor familiar, que progresivamente va convirtiéndose en certeza sonora (desconcertante bajo un cielo sin nubes) de algún tipo de lluvia extraña.

Son todas las gotas de rocío, poniéndose de acuerdo para estamparse contra el suelo. Y como un aplauso metafísico unas comienzan tímidamente, otras aplauden cuando lo hace la mayoría, y quizá entre las rezagadas alguna lágrima tuya.

Todo ello está sucediendo, con ligero desfase temporal, desde todas las direcciones del espacio, gotas grandes o pequeñas, desde mayor o menor altura, a mayor o menor distancia de ti. Y eso genera una experiencia prodigiosa que te envuelve.

Dura unos pocos minutos, durante los cuales no hay trasiego de animales, ni de insectos, como si respetaran este instante que parece sagrado. Como si estuvieran contemplándolo también.

Y poco a poco la certeza sonora vuelve a convertirse en rumor, apagándose con una resignación humilde y alegre. Cediendo de nuevo el protagonismo al silencio previo al espectáculo.

La niebla de anoche, convertida en sonido por la mañana.



jueves, 17 de julio de 2014

Diario de viaje: Mánagata 15 (Día 3)

La sensación que tengo cuando amanezco, y me asalta la idea de explorar la casa de Eðvarð, es de aventura. Salgo de caza, cámara en mano. Pero sobre todo grabo en mi memoria el tipo de paz que me invade desde que abro los ojos. El techo que observo al despertar está pintado de infinitud.

De algún modo, los apenas 50 metros cuadrados del apartamento, se han convertido para mí en un territorio inabarcable. Creo que cuando me haya marchado me habrán faltado muchos detalles por descifrar, muchas criaturas por conocer, y muchas dinámicas por comprender. Que no habré aprendido de Radisa todo lo que hay por aprender.




Entre muchas otras cosas bonitas Eðvarð es pintor. Seguimos charlando sobre el acto creativo en el desayuno. Él comenta que le gusta la perversión en las creaciones, que necesita que haya suciedad. Creo haberle comprendido a la perfección, aunque nunca lo sabremos.

Su casa, efectivamente está cargada de una espontaneidad entre perversa e inocente, siempre natural. Tiene mucho de "casa fenomenológica". La subjetividad, omnipresente, negocia con el aire su presencia.


El criterio y el discurso de Eðvarð, para con muchas cosas que habitualmente damos por sentadas, me sorprende muy positivamente por su inmediatez con la esencia de las cosas mismas. Se detiene a menudo en aspectos que a un desalmado podrían parecerle insignificantes, con una mirada asombrosa y asombrada, perpleja pero al mismo tiempo tan natural e inmediata que dolería si no fuera porque la belleza descomunal que destapan sus observaciones acaricia el alma.

Intento adaptarme al ritmo abstracto de la vida en Mánagata 15. A dormir sin puertas. Lo que más importa en cada momento es lo importante, algo que habría de ser evidente, pero que a menudo pasamos por alto en el ritmo loco que atropella nuestros días, donde no tenemos tiempo para la deriva.

Tengo la sensación de que Eðvarð flanea frecuentemente en su propia casa. 
Una conversación comienza en el salón tratando sobre las colas de las langostas, continúa saliendo descalzos al jardín mientras llueve para admirar alguna flor efímera, prosigue en la cocina hablando sobre el desayuno Kollath y la belleza conmovedora de empezar a preparar por la noche lo que vas a comer a la mañana siguiente, y acaba en el lavadero del sótano considerando la personalidad de su lavadora. 
Todo esto sucede de un modo que resulta inevitable, inaplazable, ordinario pero al mismo tiempo extraordinario, psicodélico en el sentido estricto del término. No hay lugar para la prisa, el mundo espera. Y si no lo hace, no importa. Si no da tiempo a comprar el pan cenamos sin pan. Lo primero, todo el tiempo, es lo importante.

Sólo el trabajo, el dormir, y alguna que otra obligación interrumpen un diálogo que siento como si hubiera sido el mismo desde que llegué. Como si trabajar y dormir fueran apéndices extraños de la vida práctica, que se intercalaran entre nuestro diálogo común, o en los resquicios que dejan los monólogos interiores que arrastramos, cada uno por su cuenta, en paralelo.


Comentamos qué le ha parecido el arranque de "Moksha". En los capítulos iniciales Huxley habla sobre la velocidad, en tanto que droga, refiriéndose al estado de embriaguez que produce si se dan ciertas condiciones.
Nos fascinamos con la capacidad de análisis de Aldous, nunca hubiéramos considerado la velocidad del modo en que él la describe. Pero su tesis es realmente convincente.

Cuando Eðvard se marcha al trabajo me dice que puedo coger su bicicleta para moverme por Reykjavík, que al trabajo él suele andar. Pero antes de salir por la puerta me regala una reflexión sobre la forma en que nos desplazamos por las ciudades. Dice que detesta el autobús urbano, que comporta "una velocidad que no es velocidad ni es nada. Es basura. Si al menos fuera velocidad..." Y esto se me clava. Su tesis me convence tanto como la de Huxley.

Y en este estado del alma y de las cosas me lavo los dientes, me pongo los zapatos, y marcho a trabajar yo también, en bicicleta, que tampoco es velocidad, pero al menos no es basura.

Densidad en la conversación. Luminosos pensamientos. Sentimientos suaves o ásperos.
Pero densa luz, intensidad y certeza.
Que un espacio lo promueva constantemente, y lo soporte,
de forma ciertamente infalible,
eso también es una forma de arquitectura.




martes, 15 de julio de 2014

Diario de viaje: Mánagata 15 (Día 2)

Ayer por la noche nos sentamos a cenar pasadas las ocho de la tarde. Bebimos la botella de vino que traje. Para no interrumpir la enésima siesta del día de Radisa, como ocupaba la silla en la que yo pensaba sentarme, Eðvarð fue a la habitación a buscar otra.

Estuvimos hablando sobre la magia de los lugares, y el embrujo imprescindible que han de tener las creaciones humanas para que funcionen en términos artísticos o de belleza. Me sugirió incorporar el duende en la nube de conceptos de los que me gusta rodearme para intentar darle sentido a los misterios de la percepción.

Hablamos también de la anatomía del miedo, la geometría del dolor, las teorías del olvido y la rehabilitación en los corazones de los seres humanos.

Tomamos varias tazas de café en la sobremesa, y se hizo tarde.


Se hizo tan tarde que me despierto y apenas tengo tiempo para desayunar como mandan los dioses. Pero antes de salir de casa hago una visita rápida a varios rincones. Descubro que me queda mucho por descubrir entre estas paredes. Me doy cuenta de que desde que llegué a Mánagata 15 me paso el día conmovido, por el lugar, por las conversaciones con Eðvarð, por la belleza de los rasgos del silencio, por cualquiera de los infinitos detalles que habitan las diferentes dimensiones, por una mezcla de todo esto y otras cosas, o por algo que todavía no entiendo. Pero así es.

Hoy presumiblemente no vendré a dormir. Casi me da pena pensarlo...
¿Cómo puede ser, este vínculo, en dos días?

Fotografío algunos de esos detalles. Todo tiene una luz inexplicable, casi todas las cosas se pelean por llamar mi atención, y tengo que salir, pero me quedo con ganas infinitas de mirar y ver más.




Cierto es que la belleza, parcialmente, está en la mirada del que observa.
Pero que un espacio incendie las ganas de mirar, y de ver,
eso es una forma de arquitectura.



domingo, 13 de julio de 2014

Diario de viaje: Mánagata 15 (Día 1)

Las primeras horas en Islandia tengo que hacer malabares sentimentales. Esta isla maravillosa ha significado tantos paraísos en la historia de mi vida, pero hay tanta fragilidad por todas partes, que no puedo ni quiero evitar las lágrimas, cada vez que entro o salgo de ella. Lágrimas transversales por lo que no tuve, o no tengo, o no tendré; por lo que tuve, o tengo o tendré.

Antes de llegar a mi destino, Mánagata, paso insospechadamente 48 horas mágicas enredado con P, sin salir de su estudio. De allí me dirijo finalmente, flotando bajo la lluvia, hacia casa de Eðvarð. Y entonces comienza un viaje dentro de otro viaje, un sueño dentro de otro, sin salir de las paredes de una casa: 

Mánagata 15: Radisa durmiendo, Campo Viejo Gran Reserva, Moksha y otros catalizadores de belleza
He llegado al número 15 de Mánagata, donde vive el ser precioso y emocionante que es Eðvarð. El inmueble es muy característico de los barrios residenciales de Reykjavík. No especialmente bello por fuera, sencillo y correcto, pero ya conozco el tipo de espacialidad que promueven, y suelen ser interiores cálidos y acogedores, que van mucho más a favor de la vida que en contra. Objetivo mínimo imprescindible conseguido sobradamente.

Es también muy característica, y realmente agradable desde dentro, la ventana haciendo esquina, y las repisas donde los islandeses vuelcan muestras representativas de su imaginario, de un modo muy desenfadado. Al pasear por las calles, vistas desde fuera, las casas como escaparates compiten amablemente por sugerir pequeños mundos interiores, y lo consiguen. La iluminación artificial siempre es cálida y delicada.

A través de la ventana del primer piso veo un móvil de alambres colgado del techo, algo así como un pez con alas, y que sin duda es de Eðvarð, esa es su casa. Él asoma la cabeza tras el cristal, supongo que ha oído mis pasos, y me regala una bienvenida perfecta con su sonrisa.

Subo ocho escalones, y me recibe descalzo. Huele a lavanda. Entramos en el salón y Radisa, que está tumbada sobre la mesa, me mira pero no se inmuta. Me gusta la gente que no hace cumplidos.

Por dentro es la típica casa de alguien único e irrepetible, es decir, una casa única, irrepetible, y atípica. Pero ese carácter tan propio se revela poco a poco, sutilmente, en detalles muchas veces casi imperceptibles, que intuyo iré descubriendo por cada rincón, en las próximas semanas.

La implacable naturalidad de Eðvarð inunda el aire, con cada cosa que hace o deja de hacer. Eso consigue hacerme sentir como un habitante más, desde el momento en que cruzo el umbral de entrada.

Me pregunta si me importa que no haya televisión. Le contesto que si acaso, lo que podría haberme importado, es que hubiera habido. Las televisiones, incluso apagadas, generan un influjo, una fuerza de atracción, que minimiza o directamente aplaca muchas de las mejores cualidades humanas. Y lo peor es que lo consigue de forma inconsciente.

La imagen general del salón, la copa de un árbol tras el cristal (esos ocho escalones del acceso lo han logrado), la repisa ahora vista desde dentro soportando toda una serie de dispositivos catalizadores automáticos de belleza (por ejemplo hay un cucharón iraní tallado en madera que acuna un huevo de porcelana roto), y más madera por todas partes (carpintería, pavimento, mobiliario...), Radisa dormida sobre la mesa, un libro que espera ser destapado como una caja de Pandora y el vino paciente.

Efectivamente he ido a parar a un humilde templo agnósticamente balsámico.



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sábado, 12 de julio de 2014

Diario de viaje: Mánagata 15 (Día 0)




Con medio corazón averiado, y la otra mitad en proceso de metamorfosis, vuelo y vuelvo a Reykjavík como visitante, no ya como habitante. Voy a estar un mes, trabajando en parte, pero sobre todo utilizando y calibrando unos ojos nuevos que me acaba de regalar la vida, para vivir y observar la ciudad que fue mi casa durante los últimos cuatro años.

Algo que tal vez había de ser un tema periférico (el lugar donde voy a estar hospedado) esta vez se ha convertido en argumento central de la trama, por la creciente ilusión que me hizo la oferta de un amigo para quedarme todo el mes en su casa, a cambio tan sólo del potencial de una bella convivencia que los dos intuimos.

Eduardo (Eðvarð más bien) es español, pero lleva 30 años viviendo en Islandia, y varios siglos distanciándose de España. Lo conocí en uno de aquellos lugares y momentos más allá del espacio y del tiempo.

La invitación a hospedarme en su casa surgió tan espontánea e inmediata como mi certeza de que se trataba de una gran idea, un gesto genial, una simbiosis emocionante.

Ni mucho menos por cortesía o compromiso le traigo tres regalos: el primero, descaradamente premeditado, es una copia de "Moksha". El segundo, ciertamente improvisado en el aeropuerto, es una botella de vino tinto Campo Viejo Gran Reserva del 2008. El tercero está en proceso: son estas líneas, y el retrato que voy a ir trazando (casi) a diario de mi estancia en la casa donde conviven el propio Eðvarð, Radisa (una gata) y muchas otras criaturas y situaciones extra-ordinarias.

Aunque pudiera no parecerlo, se hablará de arquitectura. Lo prometo.

Bienvenidos. Pasen y vean. Lean y sientan.



lunes, 7 de julio de 2014

De la sincronicidad urbana


prohibido aparcar en la sombra

La ciudad siempre está sincronizada, de algún modo, en alguna capa, con nuestra vida.
O puede estarlo.
Pero sucede que no estamos siempre receptivos. O directamente no creemos en ello.

El tráfico y la mediocridad ambiental atropellan, cada día, la intuición y la sensibilidad de millones de ciudadanos. Parte del precio que pagamos por el progreso es una mirada mucho más gris de la que merecemos, como fugaces seres de luz efímera que somos. Y los sensores capaces de captar los códigos no habituales y la belleza se van apagando con el transcurso de los días urbanos.

De repente algo sucede, te golpea y te deja temblando. Y en mitad del trabajo y de la vida sales a la calle a dar un paseo, obligado a ver las cosas de un modo distinto. Mariposas urbanas se cruzan en tu camino. Sonríes tímidamente. Pero piensas que no puede ser, que la magia no existe, y que los destellos de sincronicidad son ilusiones de una mirada inocente y autocomplaciente.

Pero en realidad no es nada improbable ni místico, es estadístico: en la ciudad hay tantas cosas, tantas calles, tantos nombres y números, tanta gente, tantos lugares, momentos y procesos en marcha... que lo raro es no ser capaces de trazar circuitos de significación, de sentirnos sincronizados, más a menudo. Está en nuestras manos.

Resulta que existen formas de mirar, y actitudes, que parecen invocar esa sincronicidad. Y no se accede a ellas por cuestión de fe: se trata de utilizar la intuición y sensibilidad que dejamos atropellar cada mañana.

coincidencia no significativa
Hay quienes dicen que no es real, porque fusionan causalidad y casualidad, las coincidencias significativas con las que no lo son. Y está bien, puede que lleven razón. Pero mi experiencia personal me indica lo contrario. En mi opinión las coincidencias significativas y las no significativas son cosas distintas. Aunque no sepa explicarlo.

Puedes hacer lo que quieras con lo que aparentan ser coincidencias. Por ejemplo y como mínimo, suponiendo que no fueran nada relevante, inventarte un significado que esté cargado de un sentido profundo. Jugar al juego, darle una oportunidad a lo que llamas "magia", para optar a redefinirla. Abordar científicamente un misterio.

Pero hay que mirar con ojos distintos, con otros órganos, tal vez.

Lo cierto es que cada día, en la ciudad, es día de fiesta: la de la infinita (a efectos prácticos) multiplicidad de combinaciones de posibilidades. Y tenemos derecho a ella.

El universo no es lugar tan serio como parece.


viernes, 28 de marzo de 2014

Rasgo de carácter 02: lo soberbio




La versión penosa de lo soberbio la conocemos bien.
Nuestra geografía está plagada de casos ejemplares.

Pero hay otro significado para este término. La única connotación puramente positiva que contempla la RAE, la cuarta acepción de "soberbio/bia" como adjetivo: grandioso, magnífico. Que cuando podría parecer arrogante, sin embargo, resulta poderosamente justificado por su propia magnitud.

Lo primero es prepotencia, sombra y bajeza.
Lo segundo es potencia, luz y grandeza.

He visto a varios ecologistas pusilánimes llevarse las manos a la cabeza al oír (porque como buenos radicales no escuchan) palabras como las de Josep Pla u Oscar Tusquets. Pero yo también estoy convencido de que la arquitectura puede mejorar la naturaleza, en ciertas ocasiones que hay que saber escoger. Y por muy respetuoso que sea este gesto no deja de ser soberbio. En la precisa combinación de los dos radica una fuerza turbia, intermitente, pero certera.

Esta actuación de Nina Simone contiene varias acciones soberbias.

Mezcla lucidez, sensibilidad, potencia, intensidad, talento y por supuesto su capacidad para embrujar, con la justa cantidad de soberbia para que resulte llamativa, pero no excesiva. Agresiva, pero no amenazante. Profundamente emotiva. Un equilibrio perfecto entre agresión y protección. Entre ataque y defensa.

Porque empieza pidiendo que no la abandonen. "No me dejes…". Sombra.
Pero acaba diciendo "Si me dejas… está bien…". Luz.

Y por ello empieza hablando en condicional. "Si yo fuera libre…". Sombra.
Pero acaba hablando en presente. "Tengo noticias para tí, cariño. Ya sé que lo soy...". Luz.

Actitud soberbia
que en su justa medida expresa una de las mejores cualidades humanas:
la capacidad de superación y mejora,
de transformación (por aceptación) ante lo que pasa,
frente al sometimiento (por negación) a lo que acontece.

A los ángeles se les puede hacer llorar de lástima,
como el "mono colérico" de Shakespeare,

pero aunque la esencia del gesto no deje de ser vidriosa,
también se les puede hacer llorar de belleza.

Lo primero es bajeza, epígonos descarriados,
destrozar y contaminar mediante nubes de sombra.

Lo segundo es grandeza, maestros preclaros,
construir y purificar utilizando rayos de luz.



miércoles, 26 de febrero de 2014

Propuesta sensorial 04

En los espacios con ventanas e iluminación natural suficiente, donde no hace falta luz artificial en las horas de luz solar, hay una franja del día realmente mágica.

Está compuesta del tiempo que cabe entre el momento en que te das cuenta de que hay que encender las luces, y el momento en el que sin ellas sería imposible ver.

Todo lo de enmedio supone una transición predecible, pero enormemente emocionante, entre la luz y la oscuridad. Entre el día y la noche. Un crepúsculo doméstico.

Solemos destrozarlo encendiendo la luz a la mínima molestia. Porque solemos andar ocupados con cosas tan importantes que no podemos atender a estas minucias insignificantes.

Pero el día en que atendemos, cuando los objetos y la propia estancia se observan transformados bajo una luz que resulta extraña, la idea de que algo que sucede cada día nos resulte tan extraño, por sí misma, recupera esas minucias insignificantes del baúl de lo cotidiano, las desempolva, y les concede categoría de cosa importante.

Hasta que uno se da cuenta, de repente, de que no ve tres en un burro. Devuelve las minucias a su sitio. Enciende la luz. Y vuelve a centrarse en las cosas que importan.



Localizar esa franja. Llegar a casa con tiempo. Prepararse un té. Y disfrutarla.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Um skin og skugga og skemmdir

(traducción al islandés del título original "De la luz, la sombra y el desgaste")




Es el título de un artículo de este blog que todavía no ha salido, precisamente, a la luz.

En islandés suena mejor que en castellano. Es incluso hipnótico:

Um skin og skugga og skemmdir
.

A pesar de que cuento con un traductor de lujo, las tres "sk" iniciales y esa cadencia de libro son resultado de la "lotería lingüística", según él mismo.

"Pero 'skin' no es piel?", le pregunto a Elías..

"Piel se dice 'skinn'. 'Skin' es candor. O luz como la del Sol", me alumbra él...

Entonces la espina que tengo clavada, por no haber aprendido islandés como dios manda en todo este tiempo, se me retuerce. Me recuerda que sigue exactamente ahí, clavada.

Hace tiempo ya desperté a la bella y terrible realidad del traductor:
las palabras tienen su equivalente más o menos aproximado en otras lenguas. Y al intentar traducir lo más mínimo de repente un zoológico de formas, colores y comportamientos nuevos emerge como de la nada, exigiendo ser reestructurado de algún modo mágico, a cambio de pretender significar algo que haga justicia y no traicione demasiado el original.
La preciosa, dura y a menudo invisible batalla del traductor.

Ver mis propias palabras traducidas, las justificaciones y cambios pertinentes,
me lo ha recordado. Gracias.

Que "luz" y "piel" se parezcan tanto en islandés me resulta de un lirismo automático,
que conmueve sin pedir permiso.

La cantidad de belleza diaria que se vierte y escapa, por no conocer los matices del lenguaje, es demasiada para lo corta que resulta la vida.

Vivir en un lugar y no conocer su lengua con precisión es un desastre natural.

Nunca máis...

domingo, 29 de septiembre de 2013

Manojo 01: Acercarse a la arquitectura

(Esta entrada forma parte de la nueva sección "Los manojos")

Recientemente dos buenos amigos, por separado,
me han hecho dos preguntas nada fáciles de responder:

Primera: ¿Cómo se sabe si la arquitectura es buena o mala?
Segunda: ¿Por qué te gusta la arquitectura de Barragán?

La primera pregunta no seré yo quien la responda de un modo indiscutible, satisfactorio e inequívoco si nadie que me haya precedido en la historia de la humanidad ha logrado hacerlo.
La segunda intentaré responderla más adelante, pero de momento la dejo en el aire también. Creo que antes de intentar concretar esas respuestas es pertinente preguntarse si la misma arquitectura ha sido ya concretada. Y me temo que no lo ha sido. Ni puede serlo.

Si tuviéramos una sola definición de "arquitectura" que fuera siempre cierta y estable todo sería más fácil. Pero no la tenemos ni la tendremos. Y como sucede con palabras de gravedad comparable (arte, amor, verdad...) se recomienda relacionarse con ella como si se tratara un agujero negro:

- Si estamos demasiado lejos la observación será difícil, dependerá de artefactos muy complejos, y en cualquier caso la imagen del significado que nos llega corresponde a un tiempo que ya no es el nuestro.
- Si por el contrario nos acercamos demasiado corremos el riesgo de ser absorbidos por la cuestión hasta colapsar por exceso de significante.

Lo ideal sería acercarse todo lo que nos permitan nuestras capacidades, pero sabiendo deternerse a tiempo, sin caer en el horizonte de sucesos. Es justo en la última franja segura de ese límite donde flotan las obras maestras de la arquitectura. Y los maestros mismos, junto a sus teorías y sus manías.

Sea lo que sea la arquitectura, haya lo que haya en el misterioso y oscuro centro, lo máximo que podemos conseguir es acercanos a ella, pero no podemos observarla directamente, y mucho menos alcanzar a tocar su esencia. Sólo podemos utilizar ideales para dibujar un horizonte catalizador e intentar dirigirnos hacia él con nuestras creaciones y nuestros análisis.
Y el tiempo, y los humanos que vendrán detrás, ya juzgarán.
Capaces de logros diferentes. Limitados por los mismos motivos.

Evidentemente de partida no hay reglas para esta maniobra de acercamiento. Esto es una jungla y cada cual que haga lo que pueda. Pero sabemos que efectivamente nos estamos acercando, por uno u otro lado, cuando encontramos afinidades. Cuando ciertas combinaciones de materia, dispuestas de un cierto modo, nos hacen sentir y asentir y ponernos de acuerdo en que aquello puede llamarse arquitectura. Esto implica que haya muchos acercamientos posibles, desde muchos puntos distintos.

Propongo un acercamiento a partir de tres ideas interrelacionadas que desarrollaré en próximas entradas del blog. Serán estas:


De ponerse exactamente ahí

Del contraste entre interior y exterior

De lo privado hacia lo público


De algún modo estos tres textos juntos definirán el esqueleto de un método para leer, entender, estudiar, imaginar, esbozar o redactar arquitecturas. No es algo prefabricado, más bien se trata de un proceso desarrollado artesanalmente: las conclusiones que circunscribe este manojo de entradas son las conclusiones a las que he llegado hasta el día de hoy, de una forma más intuitiva que racional, experimental, necesariamente subjetiva. Simplemente un día me dí cuenta de que llevaba mucho tiempo procediendo más o menos de este modo, cada vez con más convicción. Revisando el propio método para conseguir mejorar, a mi entender, sus resultados. Y esto quiere decir que cada vez ha de ser más capaz de comprender y filtrar el pasado, de actuar en el presente y de aportar algo a lo que está por venir. De lo contrario el sistema no sería válido.

Exponer a los demás un método personal de acercamiento a una cuestión tan delicada tiene riesgos. Os invito a criticarlo, constructiva o destructivamente. Y por supuesto a contrastarlo y compararlo con el vuestro, pues ya sea de forma consciente o incosciente todos los que revoloteamos alrededor de la arquitectura tenemos una forma más o menos intuitiva, más o menos racional y sistemática, de relacionarnos con ella. Y a modo de respuesta a las dos preguntas de mis dos amigos: los que no están tan acostumbrados a tratar con las cuestiones del espacio físico de forma intencionada también se relacionan con él, inevitablemente y a la fuerza, pues está por todas partes.

Espero que exponer mi forma de aproximarme a la cuestión y los criterios que utilizo resuelva parcialmente sus dudas. Y si puede serles de utilidad para incorporarlo a la manera que ya tengan de aprehender el entorno físico, y por tanto acercarse a la arquitectura, pues aún mejor.

Alguien podrá pensar que abstenerse es la opción más segura, pretender no aplicar ningún método. Pero como antes he dicho: esto es una jungla. Vamos siendo mayores. Y quedarse quieto, no disponer de un sistema, también tiene un precio.

Lo más probable es que nadie tenga razón, que la mezcla de lo mejor de todos los métodos fuera el cóctel perfecto. Pero el tiempo y las energías de los que disponemos son limitados.

En próximas entradas del blog mi propuesta para acercarse a la arquitectura.

Que paséis buen domingo.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Los manojos

Son conjuntos de tres o más entradas
que se agrupan para colaborar en una idea o mensaje común.

El primero (y único de momento) se llama "Manojo 01: Acercarse a la arquitectura"
y se compondrá de tres entradas:
  • De ponerse exactamente ahí
  • Del contraste entre interior y exterior
  • De lo privado a lo público 
La intención es que estos textos puedan leerse por separado, que sean independientes. Pero que al mismo tiempo hagan referencia a una idea o mensaje más amplio. Ya sean esta idea o mensaje previos a la redacción de las entradas o descubiertos con posterioridad, a medida que este blog va creciendo.

Si funciona o no esta forma de ir agrupando los escritos ya lo veremos.

De momento comienzan a andar "Los manojos".

Un saludo.


lunes, 23 de septiembre de 2013

De los momentos de una luz irrepetible


la escalera de la casa de mis abuelos

Tras el último peldaño, siempre que he llamado al timbre, ha esperado allí con los brazos abiertos el ángel que es mi abuela. Todavía sigue haciéndolo. Y que dure..

En esa casa murió mi abuelo. Por esa escalera le bajaron de la única forma que él aceptaba de buen gusto a esas alturas: con los pies por delante.

Una mañana de repente me llamó mi madre. Corre, al abuelo le ha pasado algo. De tan rápido que llegué no recuerdo subir la calle, ni la escalera. Entré en la casa como si la brisa que iba dejando a mi paso pudiera traer consigo algo de posibilidad de vida que compensara lo que ya sabíamos, lo inevitable. Un policía en el pasillo me advirtió: está en el baño. Y efectivamente, el cuerpo en el suelo, boca abajo, los ojos cerrados. La boca entreabierta y su cara contra el suelo frío. Pero hacía tan poco tiempo que aún desprendía calor. Caricias. Abrazo.

Toda la atención que no presté a la escalera ese día, toda la que no he prestado en casi treinta años, se concentró en un solo día, meses después, cuando subiéndola un rayo de sol, muy sesgado, me hizo detenerme. Había tanta información contenida en esa escena...

Por un lado lo inmaterial: sensaciones imprecisas de vida, sexo y muerte, certeza de finitud pero de presente también, la infancia, los días corrientes allí vividos, el recuerdo del último abrazo en el suelo del baño, la idea de mi abuelo mismo en forma de rayo... emoción por el milagro de la luz, por las inagotables cualidades de la materia...

Y por otro lado lo material: la luz escorada revelaba lo mejor de la textura de la pared, la proporción de los peldaños y su proyección en el inmediatamente inferior, las motas de polvo danzando, las telas de araña invisibles hasta entonces... el rítmico reflejo del sol en cada escalón recordándome la sensación de amaneceres y atardeceres en la retina...

Nadie puede explicar por qué, ni mucho menos cómo, todas esas cosas pueden acudir juntas a la mente en una fracción de tiempo tan corta. Pero tengo clarísimo que ese rayo de luz, en esas condiciones, catalizó el proceso. Y que fue terriblemente real. Literalmente psiconáutico: la sensación de que allí se encontraría la esencia de las cosas, en ese tumulto de datos, si es que residiera en algún lugar.

Por lo general solemos darle poco valor a estas experiencias, categoría de anécdotas. Muchas veces ni estamos seguros de haberlas vivido. Se internan en el territorio de lo místico y religioso. Y eso algunos, racionalmente, no lo toleran. Pero si uno atiende cuando suceden, aunque efímeras e inasibles, cobran un sentido brutalmente punzante.

Por eso existen prodigiosos intentos de domesticar e idealizar este tipo de experiencias, pero me temo que son mucho más escurridizas que todo eso...

Si bien es relativamente fácil y fiable invocarlas íntegramente en el espacio interior de la mente mediante la psiconáutica, pedirle una colaboración activa al espacio exterior a la mente, al físico y tangible que proyectamos y construimos nosotros mismos, es bastante menos certero. No parece que la arquitectura sea capaz de proporcionar, de forma sistemática, momentos de significación o trascendencia de esa intensidad. Como mucho, la buena arquitectura, sea capaz de aumentar la probabilidad de que sucedan. Y hay que cuidarse de los que buscan generar o fotografiar el rayo de luz como algo exclusivamente plástico.

Pero ésa es la enésima función incalculable, no imprescindible y sin embargo importante de la arquitectura: servir de sustento físico que aumente la probabilidad de que se produzcan esos momentos de una luz irrepetible. Sólo los justos. Ni más ni menos.
La perfección de la dosis exacta.


lunes, 26 de agosto de 2013

De las carpinterías de madera, lo eterno y lo contemporáneo


aluminio y madera negociando el contacto, en Barcelona
El sol quema y destroza la pintura primero, y la madera después.

Como una berenjena perdiendo su tersura las carpinterías de madera se agostan.

El sector de la construcción responde con materiales cada vez más resistentes.

Y la cuestión de si esa resistencia es pertinente o no se va olvidando, desdibujando,
borrando por el efecto de la resistencia misma.

A gran escala es comprensible la soberbia de pretender materiales tan estoicos.
A escala doméstica ya me parece más discutible.

Egoístamente pensé, cuando Chispa murió, que un perro es ideal para un humano, entre otras muchas cosas, porque lo que dura su vida, respecto a la nuestra, es lo justo para verles nacer, crecer, decaer y morir. Y en medio haber tenido tiempo de disfrutarlos bastante intensamente como para olvidar, en ocasiones, que la vida pasa inexorablemente. Volviendo a recordar después que no, que la vida pasa de verdad. Observando en ellos un simulacro de nosotros, a escala menor, y con tiempo de aplicar las lecciones aprendidas en el proceso de esa pequeña vida que discurrió frente a nosotros.

Hacer algo similar con las cosas que nos rodean.

Este razonamiento, proyectado en arquitectura, me sugiere que puede tener mucho sentido y llegar a ser muy bello rodearme de materiales cuyo ciclo de vida dependa de mis cuidados.

Todo un edificio, quizá, resultaría excesivo. ¿Cómo elegir las partes que sí y las que no habrían de depender directamente de nosotros, como individuos? De nuevo la respuesta es complicada y sólo puedo argumentar que entre los extremos suele haber puntos intermedios de un equilibrio mágico. Y un buen arquitecto es un buen explorador, conseguidor y gestor de esas zonas de impunidad.

Las carpinterías, como los ojos o la boca respecto a la piel, son la parte habitualmente más presente en las negociaciones entre interior y exterior, entre yo y los demás, entre mi universo personal y el compartido. Son más humanas, por ejemplo, que los canalones o las losas de cimentación. Empecemos, por ejemplo, por ahí.

El gran argumento para no instalar carpinterías de madera me parece a mí
que se revuelve en contra, y se convierte en
el gran argumento para instalarlas: que requieren un mantenimiento regular.

Y parte de mi tiempo. Y de mi cariño. Y de mi atención.

Rascar y volver a pintar. Caerse y levantarse una y otra vez, para volver a trepar hasta lo mejor de uno mismo, antes de la recaída inevitable. Para volverse a levantar. Mientras se pueda.

Al tiempo que confundimos lo urgente y lo importante
las fachadas domésticas, cada vez más ligeras, se van llenando de aluminio. Un material que todavía no hemos conseguido domesticar, a escala industrial, en arquitectura.

Y yo sigo, pese a todas las advertencias e indicaciones en contra, revoloteando los elementos de madera como un insecto hace con la luz, obsesionado, convencido de que en cuestión de carpinterías, objetivamente, estamos yendo a peor. Alejándonos de algo esencial al ritmo bestial e imparable que impone la técnica.

Me pregunto para qué queremos el tiempo que no invertimos en mantener las carpinterías. Espero que lo invirtamos en algo mejor que rascar y pintar puertas y ventanas.

Cada vez me atrae más la idea de un estrecho ataúd de madera que se pudre en contacto con la tierra, frente a los nichos de hormigón armado en altura donde sobra el aire, frente a las cajitas metálicas que guardan cenizas, que los más modernos proponen lanzar al mar. Tender a que se registre, lo menos posible, la actividad humana.

No me parece nada mal. Pero no lo comparto. No lo quiero para mí.

Sonrío al verme a mí mismo, desde fuera, como de otro tiempo, uno pasado. Y sin embargo desde dentro me veo creciendo y acercándome a las cosas que creo que más importan, que parecen haber sido las mismas desde hace siglos.

Quiero tener que arremangarme una vez al año, si ése es el precio a pagar por disponer de una carpintería maravillosa. Quiero tener que encontrarle tiempo a esa tarea, regularmente. Y además estoy convencido de que al final amaré tanto el esfuerzo invertido como la madera misma. Y que las dos cosas, ciertamente, se fundirán.

Actividades que ayudan a conectar con la esencia de lo que somos: se me ocurren pocas cosas más eternas y contemporáneas al mismo tiempo.



martes, 28 de mayo de 2013

De la incontinencia y la intromisión

excelente caso de incontinencia formal y cromática, en Cartagena

No hay una regla que diga que siempre, o nunca, el arquitecto haya de plasmar la parte más personal de su imaginería en la obra. Pero muchos arquitectos tienden a hacerlo. De forma descarada o sutil, con motivos de peso o sin ellos.

Unos siempre son descarados, o tienden a serlo. Otros siempre son contenidos, o suelen contenerse. Los hay libres como el viento y reprimidos como si el ornamento fuera delito. Y entre todas las posibilidades intermedias se dan cuatro situaciones que puede que sirvan para enmarcar la cuestión:

1: Unas veces la incontinencia es descarada, por motivos que a mí, personalmente, me cuesta sentir y entender. Y de lo primero, creo yo, trata la arquitectura construida, antes que de lo segundo.

2: Pero lo negativo no es el descaro. Ni mucho menos. A veces éste resulta brillante y emocionante. Quizá porque se entiende. Pero ante todo porque se siente.

3: En los casos de contención también hay lugar para el fracaso, aunque se note menos. Pequeños coletazos de estilo, firmas casi inapreciables que no aportan nada realmente valioso al habitante. Y que suponen, como mucho, una batallita para el arquitecto. A cuenta del bolsillo y/o la comodidad del cliente.

4: Y por último la elegancia de la economía de medios no auto-censurada. La libre elección de no entrometerse demasiado, pero acertando al hacerlo.

Todo se trata del grado de intromisión deseado,
del grado que se logra finalmente, 
y del efecto del mismo.

Pero la intromisión se está realizando a niveles muy poderosos.
No hay manera de escapar del espacio físico.
Hay que recordarlo antes de soltarse la melena.

Tanto en los casos descarados como en los sutiles
creo que se da más a menudo la impertinencia efectista

domingo, 26 de mayo de 2013

De por qué la belleza


Un argumento podría ser que,
en última instancia,
todo se trata de una cuestión estética.

Como somos monos, como estamos tan lejos de dios, no podemos utilizar el conocimiento de la verdad como estándard para elegir de entre los modelos que somos capaces de producir. Podemos orientar nuestra brújula hacia "lo más verdadero", a lo que Wittgenstein se refiere como "lo suficientemente verdadero". Pero entonces la pregunta es: y cómo reconocerlo? Bueno... este es un prolífico campo de estudio, llamado filosofía de la ciencia, epistemología, ontología... cómo saber lo que es real...

Pero Platón, para el cual todo el resto de filosofía (occidental?) no representa sino anotaciones complementarias, dice que la clave reside en los conceptos de "bueno", "verdadero" y "bello".

Qué es lo bueno? Complicado... muy complicado de responder...
Qué es lo verdadero? Más complicado todavía, si cabe...
Qué es lo bello? Lo bello es fácil de discernir. Vas a ser condenado a sufrir las consecuencias de tu gusto. Y si no tienes gusto... que dios te ayude... porque estás auto-condenado a una pesadilla. No estarás cazando nada de la sutileza que sucede a tu alrededor. Mientras tu cabeza se rellena de cosas como Kant, sinsentido, tonterías...

Entonces, de nuevo, la metáfora del sueño. De tomar decisiones basándote en la belleza, que se descarga (de "download") en la cultura humana, en gran medida, a través de los sueños. Junto a otras ideas. Pero parece evidente que arquitectos, diseñadores... gente que está en la punta de la pirámide en cualquier proceso de diseño están muy familiarizados con sus sueños, sus ensueños, sus percepciones...

Esa es la dirección hacia la que orientar la brújula:
no hacia lo verdadero,
no hacia lo bueno,
(no porque no sean correctas, sino porque son demasiado resbaladizas)

pero hacia la belleza.

Y con ello, a mi entender,
la esperanza (confianza?) surge
como una consecuencia natural.

El que dice todo lo que se puede leer sobre estas líneas no soy yo. Esta es mi transcripción de una de las personas más bonitas que no he tenido el placer de haber conocido personalmente, pero cuyo output es aprehensible a través de la red, sobre todo en forma de audio. Y a veces, como en esta charla que dio en 1998 en San Francisco, disponemos del vídeo.

Una joya.

viernes, 24 de mayo de 2013

Lección inesperada 07: "King's Crossing" de Elliott Smith


Hay una pequeña frase en "King's Crossing", casi inaudible, que un coro responde a Elliott Smith, cuando éste pregunta por "una buena razón para no hacerlo".

Prepararlo todo, disponer cada cosa en su sitio: un bajo de hormigón armado, sobre él arcos corales, arriostrados con una voz y una letra que hablan de la esperanza y de lo contrario, de la autodestrucción y de lo contrario. Y erigir un castillo pirotécnico de percusiones alrededor de esa frase.

Después la canción continúa. Y acaba. Pero ese momento, aunque no es central (o sí?), está perfectamente abrigado. Sólo podría ser como es para emocionarme como lo hace.

Disponer los ingredientes de la arquitectura, las herramientas de las que disponemos, para que la cosa más blanda y ligera del mundo (un "we love you"*) se convierta en un proyectil de plomo con el que un francotirador acierta en pleno bulbo raquídeo.

Bajando ahora del castillo: utilizar esta estrategia con mesura, delicadamente,
en el proyecto arquitectónico: darle a (casi) cada parte del espacio lo que precise, encontrar las combinaciones predecibles o impredecibles de factores, dentro del océano de posibilidades y datos, para que algunas de las cosas más normales se conviertan en especiales, y catalicen lo mejor de la vida. 

¿Se puede calcular en arquitectura con tanta precisión? Yo no lo sé... creo que no. La misma idea de cálculo me despista. Algunos consiguen resultados creíbles, y son capaces de repetir la hazaña. Pero pienso que se debe a una mezcla de talento y suerte. E intuición, en los mejores casos. Todavía no existe la ingeniería emocional.

Y sin embargo, cuando algo funciona y conmueve, lo hace gracias a una serie de factores concretos. Flexibles quizá. Pero concretos.

Bonita trampa... saber que no es posible proyectar sin ese principio de incertidumbre.