domingo, 12 de febrero de 2012

De cómo medir lo vivido en una casa



casa abandonada, cuando todavía no lo estaba, en Barcelona


Yo para medirlo utilizo, en relación directamente proporcional, el vértigo que siento al cerrar, por última vez, la puerta de la casa que abandono.

Este método no está demostrado científicamente. No es una deducción. Sólo se ha ido posando en mí la certeza, un poquito más cada vez, en cada mudanza. Y ahora, que ya está asentado, lo utilizo cada vez que tengo ocasión.

Te darás cuenta de que es imprescindible prepararse el terreno. Porque si no lo haces, quizá te marches del próximo lugar mientras los nuevos inquilinos entran. O siendo amablemente despedido por el casero, cargando las últimas cajas que faltaban por trasladar. Pero entonces el vértigo no aparecerá. No se dejará. Porque es tímido. Y te quiere a solas.

Tienes que conseguir controlar el ritmo que te conduce a la puerta, la acción de abrirla, cerrarla (ya sin llaves, no hay marcha atrás) y abandonarla lo mejor que puedas

Si hay más gente que vive en la casa, la despedida debe hacerse cuando ellos no estén. O estén dormidos. Quizá de madrugada. Nadie debe acompañarte. Tantas cosas son mejores solo y en la madrugada... 

Y no importa que te marches por una cuestión positiva o negativa, forzada o decidida. Si lo haces bien, el vértigo sucede igual.

Si queréis una explicación técnica aquí la tenéis: dado que el tiempo que vas a tardar es una constante (sólo te marcharás una vez, y eso la definirá) cuantas más cosas vividas y más intensas tengas en la memoria, como casi todas lucharán por aparecer en tu imaginario en esos últimos momentos, se acumularán desesperadamente, amontonándose y superponiéndose unas con otras, formando una montaña que a mayor altura tendrá mayor pendiente, y mayor será la distancia que separa la cumbre (mejores momentos) del abismo (no los peores, sino el hecho inexorable de que la vida pasa y cambia, y te desplaza). Y a mayor velocidad de caída y mayor cantidad de movimiento (porque la masa, por momentos, también se multiplica e incluso puede que te tiemblen las piernas), la sensación de vértigo se dispara. 

Por un momento un obús de lágrimas.

No se me ocurre 
ninguna forma de medir lo vivido 
que no implique 
el marcharse, 
la pérdida, 
pequeña muerte,
cerrar la puerta. 
Oír 
(o aún mejor: escuchar 
y disfrutar) 
su clac.

2 comentarios: