uno de los infinitos rincones mágicos en la Alhambra |
Que la rotundidad del minimalismo del Museo de la Memoria impacta,
encandila su solemnidad en cierta manera, claro que sí.
Pero me quedaría, mil veces antes, si me hicieran elegir,
con la riqueza indescriptible de la Alhambra.
No es sólo embrujo, magia, esfuerzo, detalle, fantasía, significado...
es también una concepción como barroca de la percepción y de la vida en la que me quedaría por mucho más tiempo a vivir. En la que la existencia se me antoja más densa, más pura en su permanente contaminación de color, textura, relieve, juego de luz.
Además hemos saltado un cordel, a escondidas, y hemos accedido a rincones sin turistas, sin focos de luz artificial. Donde sólo se colaba la luz, tras rebotar en decenas de superficies diferentes, que de forma natural debía colarse hace ocho siglos. Y allí nos hemos quedado un buen rato. Sin hablar y sin hacer fotos. Y esto ha sido lo más valioso de la visita.
Campo-Baeza y queridos contemporáneos similares: ya sé que no debemos hacer lo mismo que lo que nos maravilla de lo ya pasado, entre otras razones porque además es imposible. Yo no tendría fuerzas ni músculos conceptuales para llevarlo a cabo. No me convence. Pero vuestra sobriedad tampoco. En ella estáis perdiendo, rechazando, dejando caer o pulimentando algo que todavía no sé expresar, que no entiendo del todo, pero que intuyo como esencial.
Cuando le haya puesto nombre volveré a cargar contra vosotros.
Y si no lo consigo hincaré la rodilla. Y me quitaré el sombrero.
Nos veremos las caras. Lo charlaremos. Será un placer.
Pero que uno no puede seguir siendo el mismo tras visitar con cariño la Alhambra: en eso estaremos de acuerdo.