sábado, 16 de junio de 2012

Del irrenunciable embrujo


pasadizo embrujado en Bruselas


Ante la pregunta "¿qué valoras como irrenunciable en arquitectura?", y como para responder hay que mojarse, mi respuesta es "el embrujo".

Embrujo: fascinación, atracción misteriosa u oculta.

Para mí es irrenunciable. Se ha de producir. De hecho cuando no se produce no se trata, en mi opinión, de arquitectura. Por muy excelente que sea la factura técnica, útil para la sociedad o potente el discurso proyectual.

El embrujo se da en construcciones que son exquisitas desde muchos puntos de vista, cierto es. La llamada "arquitectura en mayúsculas" quizá.
Pero se da también en ideas transmitidas con palabras,
en bocetos preciosamente imprecisos,
en intenciones contenidas como potencial en planos técnicos,
en el diálogo entre el arquitecto y el carpintero,
en el habitante apropiándose del espacio,
o el espacio apropiándose del habitante...
y también en obras a medio acabar,
en buhardillas con goteras,
o en el recuerdo de espacios que fueron gloriosos, aunque ya no lo sean.

El embrujo se da en muchos lugares que nada tienen que ver con la arquitectura. Pero al mismo tiempo es requisito imprescindible para ésta.

El embrujo se da, muchas veces, al margen de la intención humana. Pero yo considero arquitectos a los humanos que son capaces de controlar, en la medida de lo posible, su aparición.

Argumentos racionales o irracionales, concretos, abstractos, históricos, contemporáneos, individuales, sociales, funcionales, técnicos, teóricos... cada uno es libre de combinarlos como mejor quiera y pueda. A eso nos dedicamos los arquitectos. Cualquier combinación podría ser, a priori, válida. Pero para mí sólo desemboca en arquitectura cuando logra consenso entre seres sensibles de que allí se produce efectivamente esa fascinación, atracción misteriosa y oculta que llamamos embrujo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario