lunes, 4 de junio de 2012

De humanizar profundamente la normativa


apurando lo esencial en Austurvöllur, Reykjavík


Hay una residencia de ancianos en Reykjavík, a la orilla del mar, con unas vistas privilegiadas.

En el solar que la separa del Altlántico ya están en marcha los cimientos de un edificio que tendrá cuatro plantas y tapará por completo las vistas de todas las habitaciones de la residencia.

Cuando te quedan pocas cosas y poco tiempo en la vida, y si no estás sufriendo demasiado, intuyo que unas vistas como estas se convierten en aliadas, compañeras del viaje, hasta el final. Que las miras con un cariño metafísico. Dialogas con ellas. Las saludas y despides cada día quizá envidiando lo que comparado con tu fugacidad parece eterno.

Una humanización profunda de la normativa en arquitectura es casi tan esencial como la iluminación, la ventilación, el suministro de agua o la evacuación de los residuos. Pero tardará mucho más en llegar.

Yo digo, literal y radicalmente, que no puede ser. Que las normas no deberían permitir algo así. Que delante de una residencia para ancianos cuyas habitaciones miran al mar y a una montaña mágica no se puede construir absolutamente nada que estorbe.

"Qué lócura, cómo vamos a tener eso en cuenta..."
"Así no funcionan las cosas..."
"No se pueden atender este tipo de cuestiones..."
"Tú lo que pides es otra sociedad... una nueva constitución política..."
...dirán los que redactan las normativas y sus correligionarios.

Ya...

Yo querría verles, veros, verme... apurando los días de la vida y los rayos del sol.

Y bolígrafo en mano, tembloroso el pulso, tener que firmar
si aceptamos o rechazamos la medida.



No hay comentarios:

Publicar un comentario