lunes, 26 de agosto de 2013

De las carpinterías de madera, lo eterno y lo contemporáneo


aluminio y madera negociando el contacto, en Barcelona
El sol quema y destroza la pintura primero, y la madera después.

Como una berenjena perdiendo su tersura las carpinterías de madera se agostan.

El sector de la construcción responde con materiales cada vez más resistentes.

Y la cuestión de si esa resistencia es pertinente o no se va olvidando, desdibujando,
borrando por el efecto de la resistencia misma.

A gran escala es comprensible la soberbia de pretender materiales tan estoicos.
A escala doméstica ya me parece más discutible.

Egoístamente pensé, cuando Chispa murió, que un perro es ideal para un humano, entre otras muchas cosas, porque lo que dura su vida, respecto a la nuestra, es lo justo para verles nacer, crecer, decaer y morir. Y en medio haber tenido tiempo de disfrutarlos bastante intensamente como para olvidar, en ocasiones, que la vida pasa inexorablemente. Volviendo a recordar después que no, que la vida pasa de verdad. Observando en ellos un simulacro de nosotros, a escala menor, y con tiempo de aplicar las lecciones aprendidas en el proceso de esa pequeña vida que discurrió frente a nosotros.

Hacer algo similar con las cosas que nos rodean.

Este razonamiento, proyectado en arquitectura, me sugiere que puede tener mucho sentido y llegar a ser muy bello rodearme de materiales cuyo ciclo de vida dependa de mis cuidados.

Todo un edificio, quizá, resultaría excesivo. ¿Cómo elegir las partes que sí y las que no habrían de depender directamente de nosotros, como individuos? De nuevo la respuesta es complicada y sólo puedo argumentar que entre los extremos suele haber puntos intermedios de un equilibrio mágico. Y un buen arquitecto es un buen explorador, conseguidor y gestor de esas zonas de impunidad.

Las carpinterías, como los ojos o la boca respecto a la piel, son la parte habitualmente más presente en las negociaciones entre interior y exterior, entre yo y los demás, entre mi universo personal y el compartido. Son más humanas, por ejemplo, que los canalones o las losas de cimentación. Empecemos, por ejemplo, por ahí.

El gran argumento para no instalar carpinterías de madera me parece a mí
que se revuelve en contra, y se convierte en
el gran argumento para instalarlas: que requieren un mantenimiento regular.

Y parte de mi tiempo. Y de mi cariño. Y de mi atención.

Rascar y volver a pintar. Caerse y levantarse una y otra vez, para volver a trepar hasta lo mejor de uno mismo, antes de la recaída inevitable. Para volverse a levantar. Mientras se pueda.

Al tiempo que confundimos lo urgente y lo importante
las fachadas domésticas, cada vez más ligeras, se van llenando de aluminio. Un material que todavía no hemos conseguido domesticar, a escala industrial, en arquitectura.

Y yo sigo, pese a todas las advertencias e indicaciones en contra, revoloteando los elementos de madera como un insecto hace con la luz, obsesionado, convencido de que en cuestión de carpinterías, objetivamente, estamos yendo a peor. Alejándonos de algo esencial al ritmo bestial e imparable que impone la técnica.

Me pregunto para qué queremos el tiempo que no invertimos en mantener las carpinterías. Espero que lo invirtamos en algo mejor que rascar y pintar puertas y ventanas.

Cada vez me atrae más la idea de un estrecho ataúd de madera que se pudre en contacto con la tierra, frente a los nichos de hormigón armado en altura donde sobra el aire, frente a las cajitas metálicas que guardan cenizas, que los más modernos proponen lanzar al mar. Tender a que se registre, lo menos posible, la actividad humana.

No me parece nada mal. Pero no lo comparto. No lo quiero para mí.

Sonrío al verme a mí mismo, desde fuera, como de otro tiempo, uno pasado. Y sin embargo desde dentro me veo creciendo y acercándome a las cosas que creo que más importan, que parecen haber sido las mismas desde hace siglos.

Quiero tener que arremangarme una vez al año, si ése es el precio a pagar por disponer de una carpintería maravillosa. Quiero tener que encontrarle tiempo a esa tarea, regularmente. Y además estoy convencido de que al final amaré tanto el esfuerzo invertido como la madera misma. Y que las dos cosas, ciertamente, se fundirán.

Actividades que ayudan a conectar con la esencia de lo que somos: se me ocurren pocas cosas más eternas y contemporáneas al mismo tiempo.