sábado, 27 de febrero de 2016

De la resolución, el amor y la geometría

"Resolver", sinónimo en castellano de solucionar, deshacer, disolver... proviene del latín "resolvĕre", que significa re-soltar o re-desatar.

Siempre podemos seguir ascendiendo o descendiendo en la escala a la que apreciamos cualquier cosa, la realidad es tan generosa que nunca se agota. Hacia arriba, hacia fuera, fractales, espirales, esferas... hacia abajo, hacia dentro, más de lo mismo, más de exactamente lo mismo. En las capas intermedias se alternan orden, caos y desorden geométrico. De ahí en gran parte el poder de la geometría: no es una invención humana, es un descubrimiento.

Viajando por Qatar me asalta la enésima referencia a Irán (ya van demasiadas como para no hacerle caso), una mezquita de estilo persa que a pesar de un entorno desfavorable me seduce inmediata e irremediablemente.


¿A qué genio loco se le han ocurrido estas combinaciones de geometría y color?

Qué me sucede con este tipo de creaciones, de composiciones, no lo sé.. Da lo mismo que se trate de la fachada de un edificio, un labrado en madera, un estampado en tela, un dibujo en papel o en la pantalla de un ordenador... el efecto es siempre un estado entre fascinación, admiración, sorpresa, emoción, hipnosis, entrega, silencio, trance... y en definitva amor. Podría pasarme horas contemplando, descubriendo detalles... y con la sensación de que éstos nunca se agotan. Es decir, de que su resolución es infinita.

Cuando algo me fascina suele ser inesperadamente, y lo primero que me suele pasar es que mi mente se desconecta, es el instante de disfrutarlo como un niño, como un perro si puede ser. Cuando recupero la capacidad de procesar mentalmente, antes o después de saturarme por exceso de placer hago un cambio de escala, y observo cómo se da el tránsito hacia otras dimensiones mayores o menores. Si el objeto de fascinación supera esta prueba, si el embrujo no se rompe, entonces sospecho que hay autenticidad, y es hora de desatar, de soltar la satisfacción inicial, para cambiar nuevamente de escala sin apego al placer anterior. En este nuevo lugar vuelvo a escrutar con mis sentidos, y antes o después de la siguiente saturación vuelvo a cambiar de escala. Cuantas más veces puedo realizar este proceso y sorprenderme positivamente, tanto más auténtico me resulta.

Me acerco a la fachada de la mezquita todo lo posible, al límite que mis ojos pueden enfocar. Cuando la vista ya no da más de sí cierro los ojos, toco la cerámica, está más fría que la madera. Estoy tan cerca que se me ocurre oler. La cerámica no huele. La madera sí, huele a sol, a tierra y a barniz. Estoy tan cerca que se me ocurre chupar la mezquita, para notar su sabor, pero lo dejo para otro día en que haya menos gente alrededor. Intuyo una interpretación de la sensualidad como pura curiosidad sensorial.

Volviendo a la visión, compruebo que no hay una sola pieza igual a otra, están pintadas a mano. Me pierdo en las sutiles diferencias entre ellas. Pienso en el artesano, imagino su taller, sus herramientas, sus manos...



Puedo seguir descendiendo a las escalas donde reinan los matices que son fruto, por ejemplo, del proceso de cocción de la cerámica. Fascinarme con cómo de la técnica pueden derivarse texturas tan bellas, transparencias tan emocionantes y grietas tan humildes como inexpresables.

Si llevara encima la lupa de geólogo, o si tuviera un microscopio en la mirada, podría incluso descender a los siguientes niveles, donde la acción humana parece no haber sido tan relevante a priori, donde sin embargo la magia y el embrujo siguen funcionando sin piedad.

Desde la escala que consigue cazar mi atención, hasta más allá de los límites donde muere mi percepción, por arriba o por abajo, en cada etapa, en cada transición, a veces el objeto no decepciona. Más bien al contrario, se reafirma cada vez más. Entonces sé que estoy ante algo admirablemente auténtico.

Sucede con todo lo verdadero, parece ser. El cambio de escala, el paso del tiempo, las variaciones que padece lo auténtico al acercarse o alejarse de ello lo reafirman. Sucede también con el amor humano.

Existieron desde siempre o empezaron algún día, pero los amores verdaderos no acaban, se transforman. Lo que acaba, en todo caso, son los emparejamientos, las identidades individuales o compartidas. Pero los amores verdaderos cambian constantemente de forma, de escala, de color, de olor, de textura... mientras dura la vida. Y cuando ésta acaba se transforman en materia disponible para conformar otras vidas, otras relaciones, otras historias, a través de un proceso de transmutación, que solemos llamar muerte. Vida y muerte, encadenadas, son puro amor. Asociar amor y vida, excluyendo la muerte, es dejar el universo a medias.

Al final, de dos amantes, podrán quedar solamente subpartículas atómicas viajando en direcciones distintas hacia confines opuestos del universo. Pero en sus caminos encontrarán otras subpartículas con las que de nuevo interaccionarán apasionadamente, y lo harán siempre fieles a las leyes del universo. Eso es el amor. Eso es la energía. Esa comunicación inefable entre la materia y el sentido.

Cabe en esta grieta decir que la resolución no atañe exclusivamente a lo material. Entran en juego, además, dimensiones paralelas, como la psicológica, la mental, la sentimental, la técnica, la histórica... que pueden solaparse en ciertos momentos, pero que no son del todo lo mismo ni pertenecen al mismo género.

Para mí algo es auténtico cuando en ello operan varias de esas dimensiones al mismo tiempo. Y en una o varias parece estar sucediendo una resolución infinita.

Mi amor por la geometría sigue creciendo sin resolverse.


Y con esta enésima referencia siento que va siendo hora, sin prisa, con suavidad, de comenzar a marchar de Qatar. La India sigue en el norte de mi corazón, siento que acabaré llegando si tengo que llegar, sabes que eso no ha cambiado. Pero ahora, según parece, la siguiente escala de resolución será Irán. A seguir resolviendo, desatando, soltando.

Sólo pido, si es que pidiera, que se mantenga
la pasión que en silencio
me permite seguir atravesando las membranas invisibles.


sábado, 30 de enero de 2016

Impresiones de viaje: Doha [03]


La belleza está en los ojos del que mira...
La belleza está en los ojos del que mira...
La belleza está en los ojos del que mira...

Los primeros días en Doha he necesitado repetírmelo como un mantra. Porque me he sentido tan desconectado de la naturaleza con la que tanto he conectado en Ibiza en el último año... tan alejado de la tribu... tan ajeno a los valores que imperan aquí a primera vista... que me ha costado un poco. Pero algo ha cambiado.

Tras comprometerme con el presente y olvidarme de la idea de irme a la India, hasta que llegue el momento. Tras asumir que vivo en una torre de treinta plantas en medio de un barrio pijo en la capital de uno de los países más ricos del mundo, adalid del lujo cutre. Después de que el chófer del Nobu Doha (situado en el puerto deportivo del Four Seasons Doha) nos haya aparcado y desaparcado el todoterreno y salir de fiesta en el irish bar del Sheraton Doha. Tras sentir que el supuesto lujo material que me rodea y empapa estaba comenzando a saturar mi capacidad de apreciarlo, de forma suave y poderosa al mismo tiempo, algo ha cambiado.

Qatar seguramente también forma parte de, e incluso encabeza, otras realidades interesantes que al llegar yo no he podido apreciar. El reto es ser capaz de ver más allá de las apariencias. Está en mis manos descubrir un Qatar distinto al que yo me había imaginado, o me había querido imaginar.

Y el lujo materialista no es un obstáculo para ello. Más bien lo concibo ahora mismo como una prueba a superar. No hay que deshacerse de él. Hay que atraversarlo primero, y jugar con él a favor después.

Era evidente, pero hasta ahora no lo había visto con tanta claridad: no tendría ningún sentido pasar los días en Doha confirmando ideas preconcebidas, autocomplaciendo a mis propios prejuicios, regocijándome en lo artificial que me resulta todo esto y pretendiendo al mismo tiempo que no hay nada de valor, nada de belleza ni emoción en las calles que recorro ni en los seres humanos con los que me cruzo.

La realidad es demasiado generosa como para haberse olvidado de comprimir todo el universo en cada átomo de Qatar.

Ayer firmé la paz de corazón, con Doha y su opulencia, al visitar la mezquita de Sheikh Muhammad Ibn Abdul Wahhab. Lo que he sentido allí dentro me lo reservo para otro artículo en exclusiva. Son demasiadas cosas, demasiado intensas todavía, como para escribir sobre ellas. Necesito dejármelas sentir.


De momento hoy nos vamos al desierto. Visitaremos también alguna ciudad y pueblo no turísticos. Tenemos un contacto que trabaja para el gobierno y nos puede mostrar un campo de trabajo, para ver más de cerca las condiciones en que viven los inmigrantes en medio del desierto, lejos del lujo, construyendo autopistas de catorce carriles para las obras del mundial de fútbol de 2022. Quiero acercarme todo lo posible, para comprobar por mí mismo los rumores de esclavitud de la prensa internacional.

Esto se pone intenso. Y real.

Veo, hermanos qataríes, saudíes, iraníes, paquistaníes, indios, filipinos, sirios... a través de los preciosos colores de vuestras pieles. Veo a través de ellas, y lo que veo me resulta familiar. Me hace sentir que vuelvo a casa, porque a través de vuestra piel veo mi piel. Y a través de mi piel me parece verme a mí mismo.

La belleza está en los ojos del que mira.
En los ojos de la cara. En los ojos de los oídos.
En los ojos de la nariz. En los ojos de la lengua.
En los ojos de la piel, por supuesto.

La belleza está en los ojos de la mente y del corazón.

domingo, 24 de enero de 2016

Impresiones de viaje: Doha [02]

Sobrevolamos Turquía, parte de Irak y principalmente Irán. Es de noche y apenas se pueden apreciar asentamientos humanos, muy a lo lejos. Todo está muy oscuro. Atravesamos longitudinalmente un sistema montañoso que desconozco, de cumbres nevadas que al reflejo de la luna casi llena parecen papeles arrugados, posados sobre el desierto.

Llegamos al Golfo Pérsico y la sensación de aislamiento aumenta, durante casi una hora no veo más que agua. Impresiona, tras esto, ver en medio de la nada unos rectángulos perfectos de luces blancas, amarillas, naranjas, rojas... alguna verde y azul. Más tarde sabré que se trataba de centrales de procesamiento de gas y petróleo. Desde el cielo, en medio de la noche, son preciosos circuitos de luz, emocionantes símbolos de civilización.

El Hamad International Airport, como la mayoría de aeropuertos internacionales actuales que he visitado, es genérico. Parecen todos el mismo, huelen igual, suenan igual. Y sólo parecen diferenciarse entre ellos en detalles secundarios.

En este caso, por todos lados hay imitaciones de celosías árabes, en plástico o madera a escalas desproporcionadas que no funcionan, o a escalas razonables que funcionan sólo desde lejos en vinilos pegados sobre cristales. (Entre muchas otras cosas que me fascinaron en la Alhambra de Granada, una de ellas era comprobar que las celosías, los mosaicos, las cenefas... funcionaban, vibraban, tanto de lejos como al acercarse escrupulosamente a ellos).

Volviendo al Hamad, destacable el grado de limpieza, la corrección de la iluminación artificial, su estado de mantenimiento y la cantidad de personal. Recorridos largos pero que funcionan muy bien gracias a una señalética muy precisa.

Excesiva para mí la cantidad de superficies reflectantes y supuestos acabados dorados. Si al menos fueran realmente de oro, entonces me podría sentir impresionado de verdad y podría detenerme a disfrutar los maravillosos detalles del oro real. Pero no es así. Me aburre, me empalaga e incluso me atonta tanto brillo y reflejo sin criterio.

Por lo demás, el aeropuerto es como parecen dictar los cánones contemporáneos: obligado a cruzar zonas comerciales agresivas que no necesito, a caminar bastante, esperar una larga cola en la aduana y a verme de vez en cuando en zonas fantasma que se nota que no fueron proyectadas con el conjunto. Flecos del progreso.

Salgo de la terminal y una ordenada manada de taxis espera hambrienta. La iluminación artificial de esta zona es sorprendentemente cálida, como la temperatura del aire. Todos los taxis son de color azul celeste, excepto el que me toca a mí, que es amarillo. No tardo en descubrir que esto, aunque resultará muy divertido, no ha sido ningún privilegio. El taxista no es de Doha, viene de Dubai, es paquistaní y cuando le doy la dirección a la que me dirijo por su cara entiendo que sabe tanto como yo. De camino al "City center" hay una niebla bestial, no vemos nada más allá de diez metros... tras dos o tres odiseas ("Problem... this is problem..." me dice todo el rato, saturado y agobiado) y una sensación de bucle infinito, dos horas después llegamos a la torre de treinta plantas donde voy a pasar estas semanas. Acordamos pagar a medias el sobrecoste, nos reímos los dos a carcajadas, nos damos un abrazo, "Good luck my friend".


Tras desayunar contemplando la salida del padre Sol me voy a dormir.

viernes, 22 de enero de 2016

Impresiones de viaje: Doha [01]

Lost in translation.


Perdido en la traslación (más que en la traducción, que también) porque la música, o el sonido más concretamente, en principio me llevan a la India. Ese ha sido el impulso inicial. Pero de momento, el único hecho cierto aquí y ahora, es que por distintos motivos estoy en Doha y no tengo ningún otro billete, ni de ida ni de vuelta, a ningún otro lado.

Hacer una escala de varias semanas en Qatar era una opción prescindible, pero interesante, porque un socio y sin embargo y ante todo gran amigo de la infancia me ha ofrecido como anfitrión mucho más de lo necesario, en condiciones de lujo. Esto es un privilegio y un arma de doble filo que confío en saber manejar.

Inicialmente me lo había planteado en parte como un trámite, ya que más allá de visitar a mi amigo y de pasar de puntillas por este extremo de la realidad, no me siento seducido ni por la ciudad ni por el país, ni por su historia pasada ni por su presente ni por la proyección futura de su modelo de desarrollo. Pero es precisamente ese extremismo del modelo una gran oportunidad para vivirlo desde dentro, comprenderlo mejor y corregir la cadena de prejuicios en base a una experiencia real.

Hace ya unos días sentía que al llegar a Doha querría escribir. Así está siendo. Como siempre, no prometo nada. Pero aquí arrancan estas "Impresiones de viaje".

De momento, recién llegado, aunque soy sensible a la espectacularidad (y quizá precisamente por ello), siento más rechazo que fascinación. El canal con la India, lo que allí me lleva, permanece igual de abierto, es la prioridad de mi corazón en el horizonte de posibilidades. Pero ya no considero mi estancia en Qatar como una escala. Aquí es donde ahora estoy y aquí es donde voy a enfocar mi presencia ahora mismo.

"Haz lo que estés haciendo".