miércoles, 20 de julio de 2011

Del color en las ciudades



desde Hallgrímskirkja, mirando al noroeste 


Cuando una perspectiva general desde Hallgrímskirkja, incluso en un día nublado, consigue hacerte sonreír. Cuando acciones aparentemente alejadas como "la arquitectura" y "la sonrisa" se unen: como mínimo hay que reconocer que ha supuesto un pequeño logro.

En la capital de un país que es una isla en mitad del Atlántico, las paredes de cemento, chapa metálica o madera y sus tejados logran transmitir un optimismo complejo. La convicción de que las cosas, de otra forma, también son posibles.

A cambio se han perdido seriedad, continuidad o solemnidad. Que no es poco, pues son importantes y necesarias. Pero ya las encontramos abundantemente configurando y definiendo otras partes de la ciudad, del mundo, de la vida o de la muerte.

El color sin embargo, como hecho significativo (más allá de la anécdota, del símbolo puntual de rebeldía o singularidad y de su uso funcional) escasea en la mayoría de ciudades. Aunque bien podría cumplir una misión muy precisa, ya que está especialmente capacitado para punzar el alma cuando ésta se ha roto o dormido, cuando el resultado del cardiograma sería plano. Cuando no sucede nada en especial. Cuando se producen en nuestras ciudades (o en nuestras vidas) síntomas de seriación, exceso de gris, o falta de chispa.

o anárquica y generosamente combinado como en Reykjavík: remedio insuficiente pero barato para seres de luz que habitan ciudades cada vez más grises.