domingo, 18 de diciembre de 2011

Estudio de fragmentos 01: mercado temporal Barceló

La planta(1) parece sacada de un aula de escuela de arquitectura, con lo bueno y lo malo que eso puede conllevar.

Quizá es una suerte que el proyecto sólo sea temporal. Pero precisamente por esa condición pasajera aplaudo que los arquitectos no hayan sido nada comedidos geométricamente. Oportunidad bien aprovechada por su parte y en beneficio nuestro también, si queremos aprender de ella.


CLICK en la imagen para AMPLIAR
Mercado temporal Barceló (Madrid, 2009), de Nieto Sobejano Arquitectos


Me lo encontré de repente, paseando por Madrid. No conocía absolutamente nada del proyecto. Me impactó. Me invitó a recorrerlo. Mi primera impresión fue positiva. Mis conclusiones pasado un tiempo también lo son, aunque no tanto ni por los mismo motivos. Es un proyecto valiente. Desprende tanto cariño en su concepción y puesta en obra como luz por las noches(2).

Aunque algo torpe desde el graderío de los edificios que lo rodean(3), la inclinación de las cubiertas va trazando perspectivas muy atractivas cuando nos movemos por la arena del ruedo(4). E imagino que ésa es su razón de ser.

Rayas. Muchas rayas. Y muy sutiles(5). A escalas y en direcciones diferentes, casi siempre armónicas entre sí: las del modulado de policarbonato de fachada, las internas del policarbonato en sí mismo, las de la chapa grecada del forjado colaborante, las de la chapa ondulada del volumen rectangular... Y en el suelo pavimentos continuos. Sucios pero humildes y sinceros. 

El canto del forjado del sinuoso pasillo central(5) simplemente me conmovió. Una suavidad como dactilar(6) que no me esperaba para nada. Algo metálico tan natural como las manzanas, los puerros y el pescado en medio de este homenaje a lo industrial bien entendido estéticamente.

Del interior(7) me arriesgo a decir que me gusta más cuando por encima de los puestos de venta en vez de luz y blanco hay poca luz y tonos oscuros. Entonces me parece como si la atención recayera más en los colores del género y en la vida. Y para eso voy al mercado.

El cómo desde dentro, al ir saliendo, los edificios de alrededor van siendo mostrados y enmarcados(8), me pareció siempre medido, y exquisitamente delicado en algunas ocasiones. El cómo enfrentar y negociar "lo que viene" es un tema capital que muchas veces descuidamos, pero aquí está muy bien tratado.

El código de colores diferenciando los usos del programa, cuando no lo inunda todo, si sabe ser sutil, a mí siempre me gusta. Este es el caso. Pero aquí viene cuando la matan. Y Paquita es la que entra a matar, y de rojo (9):

Me ve haciendo fotos y me pregunta, enfadada, si soy yo el arquitecto responsable. Obviamente le digo que no. Pero nos ponemos a hablar. Que si a quién se le ocurre separarlo en pabellones... que si en invierno hace frío para ir de uno a otro... que si cuando llueve el pasillo central se llena de agua... que si hay goteras...que si uno se pierde con tanta curva...
Y yo, que hasta entonces estaba encantado, de repente sentí como si Paquita y su carro de la compra pasaran por encima de toda la comunidad arquitectónica y con razón. Aplastante.

En casos como este el proyecto está bien o mal en función de si hay poca o mucha gente que piense como ella.

Estoy deseando visitar el proyecto definitivo. Quizá me encuentre con Paquita. Me encantaría escuchar su opinión. Y tomar nota.

Porque uno de los lugares que más nos representa como pueblo, donde más se expresa el tejido social, es sin duda en el mercado. Y por buenas que sean las intenciones del arquitecto, no puede ser que el pueblo no esté contento con su mercado. 



martes, 13 de diciembre de 2011

De los factores invisibles a la arquitectura


artefacto ejerciendo su influjo,
en la esquina de una iglesia de Formentera


El determinismo mal entendido (es decir, cuando no es radical) puede producir monstruos espantosos. O como mínimo aves sin alas.

En cambio, comprendido e interiorizado hasta la médula, es la orgía suprema del sí, todo, siempre. O del no, nada, nunca. Es lo mismo.
Y entonces comienza, para los seres, el juego de la percepción.

A los factores que no vemos y a los que no queremos ver les gusta esconderse en rincones oscuros. Y permanecer allí observándonos, ejerciendo su influjo, constantemente. Didgeridoos que suenan, sin cesar, a frecuencias inaudibles.
Luego están los factores que creemos ver sólo porque percibimos partes de ellos, que a pesar de reportarnos lo controlable, ejercen la mayor parte de su influencia a través de dimensiones no aparentes.

Al final resulta que los factores invisibles son todos
Pero hemos aprendido, como chapuza que medio-funciona, a conseguir cosas con ellos sin dominarlos.

Y cuando esas cosas nos sirven de marco espacial, especial, mágico y positivo para la vida, también las llamamos arquitectura.



sábado, 10 de diciembre de 2011

Los estudios de fragmentos

Aumenta, lentamente, el bagaje.

Y al mismo tiempo que aprecio, cada vez más, los análisis densos
que radiografían con profundidad las entrañas de las cosas,

aprecio cada vez más, también, los análisis ligeros
cuando contienen una cantidad de verdad proporcionalmente aceptable.

Me iré capacitando, puede ser, para los primeros.
Paciencia y prudencia me han sido recomendadas.

De momento en esta sección, limitándome a lo que entiendo por arquitectura, intento entrenarme en los segundos. Textos que quieren transmitir una opinión a medio camino entre el arquitecto y el ciudadano, acerca de obras que me han gustado (o no), interesado (o no), conmovido (o no), hecho reflexionar (o no)... con el único requisito de haberlas visitado físicamente por mí mismo. Estudios sobre las partes que decidieron mostrárseme, durante la visita, que inevitablemente no fueron todas: "estudios de fragmentos" de arquitecturas construidas.

Del optimismo en el producto arquitectónico


parasol, nube aislada o caseta de perro pintada:
ejemplos de optimismo probablemente inmadurado


El optimismo como algo ligero y naif, despreocupado. Que "no sabe". Simple. Interesante y divertido en tanto que curiosidad, juego o forma de vida en el parque humano. Sus consecuencias y potencial son a menudo impredecibles. En ocasiones con resultados muy positivos. Lo llamo "optimismo inmadurado".

O el optimismo como estado lúcido, más complejo, forma eficiente de canalizar la energía de un sujeto que aunque intuye o conoce la zona oscura, decide arremangarse en la zona luminosa, "hacer algo útil" con sus fuerzas, encontrando en la actitud optimista un arma potente para lograrlo. Lo llamo "optimismo madurado".

Y la infinita gradación y combinación habitual entre los extremos.



En la entrevista del otro día a Peter Cook, Anatxu Zabalbeascoa le pregunta "¿Tal vez el optimismo en arquitectura puede ser algo más que color y diversión?". Pero él responde (incomprensiblemente para mí) en relación al ejercicio de la profesión.

Sin nada que reprocharle a Peter por lo demás, y sin negar el valor de su respuesta, me habría resultado mucho más jugoso que hubiera respondido a esta pregunta en términos del producto arquitectónico.

Si no son sólo el color y la diversión (infravalorados y sobrevalorados a partes iguales) los únicos productores/transmisores de optimismo en el espacio físico construido que consideramos arquitectura, ¿qué otros factores o componentes nos atrevemos a citar?



Sin la pretensión de que sirva como un esquema exhaustivo y ordenado (y simplificando los procesos fisiológicos y psicológicos porque obviamente son de una complejidad brutal e inaccesible) empezaría diciendo que el optimismo en el sujeto puede estarse refiriendo a un razonamiento, una sensación o un sentimiento. Lo llamo "estado optimista" para abarcar las tres opciones y sus combinaciones.

Después continuaría diciendo que el optimismo se puede inocular en el sujeto unas veces de forma literal o activa (si es consciente de ello) y otras de forma subliminal o pasiva (si no es consciente).

Y en cualquiera de los casos y combinaciones anteriores, el desencadenante del "estado optimista" puede llegar a través de la vista, el oído, el olfato, el gusto y/o el tacto. Pero también a través de un sexto detector que es a la vez amalgamador de los cinco anteriores y productor de esos razonamientos, sensaciones y/o sentimientos que finalmente otorgan un sentido.

Por último este sentido, que ya es subjetivo de por sí, ha de reaccionar todavía con las condiciones del entorno del sujeto (por ejemplo culturales) para poder hablar de un sentido global.

Entonces se genera el holograma que finalmente consideramos el "estado optimista".



De la densidad de lo anterior extraigo una sola gota en forma de conclusión y respuesta a la pregunta de Anatxu: cualquier factor o componente de la arquitectura es susceptible a serlo de un "estado optimista".

Además del color y la diversión, pueden ser optimismo

- observar las cosas bien hechas en funcionamiento: que en un solo edificio (un estadio de fútbol, cuando acaba el partido) miles de flujos a la vez, a varios niveles, estén funcionando correctamente, y sean comprobables a golpe de vista: 100.000 personas siendo evacuadas con eficiencia y normalidad.
- el ritmo constante, solemne, casi religioso, de una serie de volumetrías, que transmitan un orden tan potente por encima de nosotros que nos haga querer ser parte de él.
- que se produzcan en un barrio conexiones positivas no previstas, a raíz de rehabilitar y reconvertir un espacio abandonado.
- un dato técnico: los dos millones y medio de tornillos y remaches de la torre Eiffel trabajando en sincronía calculada.
- que el Sol ilumine una textura y que observarlo sea más conmovedor de lo que somos capaces de explicar...

...y cosas así.

Como para conseguir cualquier otro efecto,
como para tantas y tantas otras cosas:

Todo vale.
(Aunque no de cualquier forma).

sábado, 3 de diciembre de 2011

De cuidados paliativos en la memoria de la ciudad


combustión implosiva

En mi trabajo tengo la suerte de hablar con muchos ancianos.

Su combustión se aproxima. Son muy conscientes.

Traen fotografías, quebradas y amarillentas (como muchos de ellos), de la ciudad y de sus familias. En los casos más extremos son imágenes de hace cien años en las que aparecen personas que por entonces tenían cien años. Es decir: habitantes de principios del siglo XIX, cuando Reykjavík apenas tenía quinientos (500) habitantes.

Las pasamos una a una, con un cariño infinito. Seleccionamos las que más sirven para el libro. Pondríamos todas, pero no caben. Algunas son la única evidencia gráfica de que el ser representado pasó por la Tierra. Pero tenemos que decirle al familiar que no podemos ponerla. Les damos razones de mucho peso, como que no tenemos tiempo, ni espacio, ni presupuesto. Pero eso a ellos, obviamente, no les importa.

Siempre se emocionan (nos emocionamos). Es inevitable. Un niño de noventa años mira una foto en la que su madre le está haciendo cosquillas. Son imágenes que ellos han visto muchas veces. Es lo poco que tienen de aquella época. Pero de tanto mirarlo lo han congelado, y su emoción está contenida. Ya han llorado suficiente. Y "el tiempo lo cura todo".

Pero a veces nosotros disponemos de fotografías que ellos nunca han visto, de las zonas donde ellos crecieron. Imágenes muy precisas de algún rincón de Reykjavík a principios del siglo XX. Irreconocibles hoy en día. Y cuando las ven todo se funde de repente y se derrama. Tiemblan la voz y los ojos. Gastamos bastante en pañuelos.

Constatan especialmente que su realidad desaparece, como una nube que implosiona lentamente en un vacío, donde el centro son ellos. Eso es capaz de quebrar a cualquiera.

Los rincones de la ciudad a los que remiten sus recuerdos, los que podrían certificar que esas personas, efectivamente, han tenido una vida en el pasado, ya no existen. En absoluto.


Ante esta situación los arquitectos tenemos las mismas opciones que debería tener un enfermo terminal: eutanasia o paliación.

Acabar de arrasar. Concederle el descanso a una entidad que se desintegra. Cerrar el ciclo.

O intentar mantener parte de la integridad, llevando a cabo una paliación desfigurativa. Configurando nuevas opciones. Dar a luz en el funeral. Pero siendo conscientes de que cada ladrillo que añadimos a la ciudad actual es un ladrillo menos de la ciudad anterior. 

El ritmo al que crecen las ciudades físicas es, exactamente, el mismo al que las ciudades de la memoria se van borrando, esfumando y olvidando.