sábado, 3 de diciembre de 2011

De cuidados paliativos en la memoria de la ciudad


combustión implosiva

En mi trabajo tengo la suerte de hablar con muchos ancianos.

Su combustión se aproxima. Son muy conscientes.

Traen fotografías, quebradas y amarillentas (como muchos de ellos), de la ciudad y de sus familias. En los casos más extremos son imágenes de hace cien años en las que aparecen personas que por entonces tenían cien años. Es decir: habitantes de principios del siglo XIX, cuando Reykjavík apenas tenía quinientos (500) habitantes.

Las pasamos una a una, con un cariño infinito. Seleccionamos las que más sirven para el libro. Pondríamos todas, pero no caben. Algunas son la única evidencia gráfica de que el ser representado pasó por la Tierra. Pero tenemos que decirle al familiar que no podemos ponerla. Les damos razones de mucho peso, como que no tenemos tiempo, ni espacio, ni presupuesto. Pero eso a ellos, obviamente, no les importa.

Siempre se emocionan (nos emocionamos). Es inevitable. Un niño de noventa años mira una foto en la que su madre le está haciendo cosquillas. Son imágenes que ellos han visto muchas veces. Es lo poco que tienen de aquella época. Pero de tanto mirarlo lo han congelado, y su emoción está contenida. Ya han llorado suficiente. Y "el tiempo lo cura todo".

Pero a veces nosotros disponemos de fotografías que ellos nunca han visto, de las zonas donde ellos crecieron. Imágenes muy precisas de algún rincón de Reykjavík a principios del siglo XX. Irreconocibles hoy en día. Y cuando las ven todo se funde de repente y se derrama. Tiemblan la voz y los ojos. Gastamos bastante en pañuelos.

Constatan especialmente que su realidad desaparece, como una nube que implosiona lentamente en un vacío, donde el centro son ellos. Eso es capaz de quebrar a cualquiera.

Los rincones de la ciudad a los que remiten sus recuerdos, los que podrían certificar que esas personas, efectivamente, han tenido una vida en el pasado, ya no existen. En absoluto.


Ante esta situación los arquitectos tenemos las mismas opciones que debería tener un enfermo terminal: eutanasia o paliación.

Acabar de arrasar. Concederle el descanso a una entidad que se desintegra. Cerrar el ciclo.

O intentar mantener parte de la integridad, llevando a cabo una paliación desfigurativa. Configurando nuevas opciones. Dar a luz en el funeral. Pero siendo conscientes de que cada ladrillo que añadimos a la ciudad actual es un ladrillo menos de la ciudad anterior. 

El ritmo al que crecen las ciudades físicas es, exactamente, el mismo al que las ciudades de la memoria se van borrando, esfumando y olvidando.

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