domingo, 10 de marzo de 2013

Los rasgos de carácter

Ya está, ya se acabó de construir el edificio.

Ha llegado ese día en el que como arquitectos de un proyecto ya podemos decir que no será preciso volver al lugar con el fin de seguir contribuyendo en la tarea de darle forma. Porque consideramos, a efectos prácticos, que se puede dar por "finalizado".

Entonces comienza una de las etapas que más me apasiona e interesa:

el edificio por su cuenta, como un ser ya independiente, liberado de (y/o condenado por) las personas y máquinas que lo han conformado, comienza a expresarse por sí mismo. Al principio de forma torpe, como un bebé: olor a nuevo, confusión en los pasillos... Después pasará por varias fases, más o menos similares a las humanas (son peligrosas, pero útiles, las comparaciones): su infancia, su adolescencia, su madurez, su envejecimiento... que no ha de ser necesariamente humillante, como el de los humanos. Y paralelamente por fases que son propias de la arquitectura: el comienzo de una larga relación con las preexistencias, el ir siendo ocupada poco a poco por humanos, el asentamiento de la estructura, las primeras grietas, el irse ganando un hueco (y quizá un apodo) en el imaginario colectivo, la espera hasta que la vegetación estará presentable, el embellecimiento de los materiales nobles, la decadencia de los traicioneros...

Es por eso que, a su manera, los edificios tienen su propio carácter. Algo que los mejores arquitectos quizá puedan orientar, en mayor medida. Pero incluso a ellos se les va a escapar, en algún momento, la criatura. Aunque al sol la inauguración haya sido impecable. Aunque pasen bien los días. Aunque no se quejen los usuarios, porque todo funcione perfectamente. Aunque reciba premios. Aunque envejezca noblemente. Aunque coincidamos en que efectivamente se produce allí el embrujo, en ese nuevo lugar del mundo que supone el edificio.

A pesar de todo eso las noches vendrán. Y los nuevos días. Pero no nos pertencen. Y en esas noches y días que no son nuestros el edificio irá gestando su carácter. Y ese temperamento adquirido es el que utilizará para relacionarse con los humanos. No el que nosotros queremos ver, el que describen las poéticas memorias, las descripciones de los usuarios que lo habitan...

Las creaciones, como los hijos, tienen algo que sólo es suyo. Impredecible. Que nadie podría haber controlado. Porque todos los intentos en esa dirección no serían más que factores añadidos a una ecuación de por sí demasiado compleja.

Y este factor que tanto escapa a nuestro control, el dinámico carácter de la obra, es tan decisivo como el que más.

Esta sección del blog intentará recopilar esos rasgos de la personalidad de las construcciones físicas.

Sin más elucubraciones, en el próximo post, comienzan los "Rasgos de carácter".