sábado, 26 de noviembre de 2011

Del exceso en la normativa


cúmulo de irregularidades:
campesino ibicenco potencialmente denunciable


Que toquen el techo.


Hacer las barandillas de los balcones más altas. Más aún. Que los balcones se conviertan en jaulas. Juntar sus barrotes. Cada vez más, hasta tocarse. Que las jaulas se conviertan en búnkeres. Filtrar la poca luz que llegue a través de las grietas. Y filtrar el aire también: que de tan puro sea irrespirable. Reducir la resbaladicidad de los suelos hasta alcanzar valores negativos: que al querer avanzar retrocedamos. Prohibir los toboganes. Las pistas de patinaje. Y los niños sueltos. Que una lágrima, si toca el suelo, se desintegre. Llenar de pegatinas los cristales para evitar chocar contra ellos. (Publicidad en las pegatinas). Y que haya tantas, por dentro y por fuera, que las ondas sonoras no lo atraviesen. Un metro de espesor. Que sólo tenga sentido quedarse sentado en el suelo, fuera o dentro, parametrizando todo lo técnico, obligando a su cumplimiento, y fracasando al intentarlo con cosas como la belleza, el temor o el temblor. Olvidar que la muerte forma parte de la vida. Inhabilitar el sentido común. Sensibilidad artificiosa. Inteligencia artificial. Y que la inercia huracanada y descerebrada que nos impulsa continúe justificándolo todo. En nombre de una Santísima Seguridad que no permita que se filtre en nuestras vidas ni una gota de sorpresa.


Adelante. Toquemos el fondo.


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