![]() |
edificio que descarté, por feo, y que un día de sol me encandiló |
Me dijeron que Antonio Gala dijo que todos los seres humanos podían clasificarse según si eran o no creadores.
Sea verdad o no, yo estoy de acuerdo.
Y a la vez podemos aplicar esta distinción a las creaciones en sí mismas según si son capaces, o no, de crear una ficción a su alrededor lo bastante potente como para embrujar a los demás.
Porque el valor para el creador es innegable: como mínimo habrá supuesto una repetición, o puede que una evolución técnica o conceptual, o una tremenda masturbación.
Pero el efecto en los demás, aunque a veces haya de ser sutil, es de gran importancia en creaciones que se lanzan al mundo de lo común, de lo social, del día a día... y que además cuestan mucho dinero, como sucede en las construcciones que aspiran a llamarse arquitectura.
Y ese efecto, para ser positivo, no necesita de la belleza, la firmeza y la utilidad bien compensadas.
Quizá le baste sólo con una, con partes de las otras.
Al final, lo que más cuenta para mí, es si aquel rincón del mundo me propulsa o me retiene. Si consigue que mi alma se deslice o si la frena.
Y en esto no hay reglas escritas. Aunque hay técnicas, y consejos, y maestros, y buenos ejemplos. Y existen el talento y el acierto.
Pero ni una sola regla está escrita. No puede estarlo.
Sólo existen los fenómenos que percibimos ficticios.
Y sus repercusiones.
Aunque iluminen, en ocasiones, pedazos de realidad.
Y cuánta luz
en lo que a menudo hemos descartado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario