jueves, 25 de abril de 2013

De la oposición a la LSP

(LSP: Ley de Servicios Profesionales)



Incluso decir que "no quiero repetir lo mismo que han dicho otros, porque ya se ha escrito mucho sobre el tema" resulta repetitivo a estas alturas.

Quizá sólo queda espacio para reflexiones complementarias.

Desde los que lloran la muerte de la arquitectura a los que proponen que fluyamos, pasando por los que culpan a nuestros gobiernos, los que se culpan a sí mismos, los que aportan datos juridico-técnicos, los que disparan a todos lados con intención... a mí me faltaría más información y más experiencia para posicionarme más sólidamente, pero no dejo de ver a un puñado de humanos intentando organizarse. Con los problemas que nos acarrean la bondad y la maldad que nos son propias. Y para colmo soy determinista radical y confeso.

Pero soy de los que piensa que en esta cuestión tenemos la razón de nuestra parte. Y que demostrarlo es todo un reto necesario. Que más que defender nuestro terreno tenemos que ganárnoslo, cada día, en un tablero nuevo.

Por un lado se argumenta que no hemos sabido poner a la ciudadanía de nuestra parte. Porque parece, efectivamente, que como sector no lo hemos conseguido. Pero no es el servicio a la ciudadanía, en mi opinión, lo que caracteriza la tarea del arquitecto. Que indiscutiblemente puede componerse, en mayor o menor medida, de ello. Pero no es lo característico.

Defiendo que no lo es porque para mí el servicio al ciudadano, de forma individual o colectiva, es algo que doy por hecho, y es un factor compartido con muchas otras profesiones. Me parece de sentido común, sólo faltaría que construcciones físicas financiadas por "la ciudadanía" no ofrecieran un servicio a la misma. Pero la arquitectura se dedica a infiltrar sentimientos, estados de ánimo y predisposiciones ante el mundo, como polizones, en esas construcciones. Y el "servicio a la ciudadanía" no es una excusa para ello, ni tampoco su razón de ser, sino la plataforma necesaria para rotar el carácter ordinario de la vida y orientarlo hacia lo que tiene de extraordinario.

Por otro lado no sólo a la ciudadanía, si no a muchos otros profesionales (incluidos los políticos y los ingenieros con los que algunos pretenden confrontación), parece ser, tampoco hemos convencido.

Si no se nos entiende es porque estamos empeñados en defendernos utilizando los conocidos argumentos de la belleza, la emoción, la armonía, la materialidad... que supuestamente sabemos utilizar o manipular, pero no explicamos qué son esas cosas en sí mismas, porque no lo sabemos. Lo sentimos, probablemente. Los mejores arquitectos incluso saben ciertamente producirlo. Pero en general no sabemos transmitirlo, ni explicarlo a quienes ya están demasiado ocupados haciendo bien (o incluso mal) sus tareas. En el fondo no sabemos de qué estamos hablando. Tras varios siglos intentándolo no hemos conseguido definir "arquitectura", ni "espacio", ni "ambiente", ni "atmósfera", ni "lugar"... de forma intergeneracional e interprofesionalmente satisfactoria. Y esa carencia se evidencia cuando pretendemos esgrimirla en nuestra defensa. Citamos las causas pero no explicamos los efectos. Una espada que se funde al calor de la batalla, cada vez.

Y entonces necesitamos argumentos autoritarios, o populistas, o voluminosos, o efectistas... porque no afrontamos el problema de raíz. Esa raíz es que no hay solución hasta que no definamos lo inefable de forma creíble. Lo cual me temo que convierte el problema en irresoluble.

Pero no es ahí donde acaba, en tragedia, la cuestión. Si no más bien, justamente, lo contrario:

Es precisamente, de ese abismo, de donde surge la vida. ¿Acaso esperabas algo distinto?

La sensibilización argumentada, en forma de lucha, como lenta e imperfecta solución.

"Sé amable, cada persona con la que te cruzas está librando una dura batalla", consejo de maestro.

Ser amable y fluir en la lucha, contra las ideas, nunca contra las personas.

Buena suerte, nos veremos por las trincheras.

No a la LSP.

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