viernes, 2 de noviembre de 2012

Del cementerio interior


los muertos dan la bienvenida a los mortales en Súðavík

Podríamos ser pesimistas y definirnos como andantes cementerios de células, ideas y sentimientos. No sería falso, pero sería incompleto. Y puestos a mirar la realidad de forma sesgada es mucho más productivo (y probablemente inteligente) ser optimista y pensar que la vida siempre apuesta por la vida.

No creo que haya muchas discusiones, en Súðavík, acerca de la ubicación del cementerio. Ni sobre el hecho de que la madera de las cruces y la valla, que al tiempo es la del pueblo, sea la misma. Así es y así está bien.

Paseando por Roma un buen amigo me dijo "Mira, el verano".
Y yo "¿Cómo? ¿Dónde el verano?". No entendí..
"Sí. El cementerio. Se llama El Verano".
Me pareció un nombre inmediatamente genial.

En el cementerio de Arlington un pequeño autobús descapotable te lleva directamente a los "highlights" (incluído el numerito del cambio de guardia) sin perder tiempo. Esto es importante y razonable porque allí se entierran veteranos de guerra estadounidenses. Y eso es mucha superfície, por mucho que los junten. Relación espectacular, épica, puntual con la muerte.

Pero no intento compendiar curiosidades y características de cementerios del mundo. Hoy me interesa lo que éstas nos indican sobre la manera en que encaramos la muerte.

Además de acumular allí a los muertos y disponerlos de forma más o menos ordenada para poderlos visitar los cementerios son un elemento más para confeccionar el sentido que nos damos como sociedad. Se podrá leer claramente con perspectiva, dentro de un par de siglos, estudiando los cementerios nuevos construidos alrededor del siglo XX.

No sé si hay algún caso de cementerio reciente que se haya creado, partiendo de cero, en el solar vacío de alguna ciudad consolidada. Ya no parece que tenga ningún sentido. Pero no estaría bien confundir lo importante con lo inevitable. Ahora parece más razonable construir un cementerio magnífico a las afueras de la ciudad, aunque lo acaben okupando a la espera de ser puesto en funcionamiento.

No digo que me parezca bien ni mal la ubicación interior o exterior, respecto a la ciudad, de los cementerios. Depende mucho de cada caso e igualmente sería absurdo pronunciar un veredicto. Pero digo que la tendencia a construir los de nueva planta a las afueras es muy coherente con que las dos residencias de ancianos cuyas entrañas he podido visitar con detalle (una en Reykjavík y otra en Ibiza, casualidad occidental) tengan una sala con cámaras frigoríficas para guardar ancianitos recién muertos, justo al lado de una puerta trasera por donde salen sus cadáveres, la misma puerta por la que entra el fiambre que desayunan por la mañana. Todo muy limpio, muy discreto, muy eficiente.

Pero es demasiado diferente a "La ciudad de los muertos" de El Cairo como para no plantearnos el reconsiderar nuestra manera de enfrentar la muerte. No vaya a ser que lo estuviéramos haciendo de espaldas. Autoconvenciéndonos inútilmente. Enseñándoselo a los niños. Creyéndonos, pese a las evidencias, que la vida sólo trata de la vida.


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