lunes, 1 de octubre de 2012

De la práctica, la ejecución y la alegría






"... me lavo la cara, primero con una mano, luego con la otra... después con las dos juntas... y eso me produce una grandísima alegría."

Lo dice Cortázar en El discurso del oso.

Y aunque sea un poco más metafísico y cronométrico que lavarse la cara, de la misma forma, primero con una mano, luego con la otra... después con las dos juntas... estoy aprendiendo a tocar "Comptine d'eté n° 3".

Bendita "práctica", en todas sus acepciones, que no son pocas.

Para alguien que como yo ni es músico ni sabe mucho de música
las manos por separado son fáciles de memorizar.
Relativamente fáciles de ejecutar.

Luego llega la complicación de juntar las dos. (Y notar cómo el cerebro primero se divide para entretejerse a continuación. Unido de nuevo, con un orden distinto.)
Después la de tocarlo sin mirar. (Lo cual sólo sorprende al que no lo intenta. Pero en la práctica es un estado natural de la evolución de la técnica. Uno simplemente nota cómo el cuerpo aspira a no necesitar los ojos. A guiarse auditiva y muscularmente.)
Después la complicación de ir reduciendo los errores que se cometen.
Después la de alcanzar la velocidad que se requiere, para que la canción fluya como está preparada para fluir.
Más adelante, imagino, la de pulir detalles de fuerza, tempo...

Quizá lo más remarcable de poner algo bello en práctica, de ejecutarlo, al margen de lo que producimos (y que basta en sí mismo para intentar contrastar experimentalmente la teoría), sea la grandísima alegría que nos produce ello a nosotros.

Y un amago de certeza: que sin llevarlo realmente a cabo uno no puede tener ni idea de qué se trata. Quiero decir que hasta que uno no es capaz de ejecutar "Comptine d'eté n°3" no pienso que pueda entenderla. Aunque podrá sentirla, a su manera. Y disfrutarla todo lo que quiera. Pero no podrá entender lo que sienten los que la ejecutan, que yo estoy convencido de que se parece entre todos ellos.

Concretamente a mí, aunque todavía la toco muy mal y muy lento, me ha dado para intuir cómo se van desvelando un ritmo en los dedos, otro en las muñecas, otro en los brazos, otro en los pies, otro en la cabeza... y finalmente uno más amplio en todo el cuerpo. Y unos son múltiplos y/o divisores de los demás. En un sentido corporal, más allá de la teoría musical o las matemáticas. Los movimientos se contienen muscularmente unos a otros. Y entonces el cuerpo vibra y se estremece y desemboca unas veces en lágrimas, otras en sonrisas. Casi nunca lo suficiente como para interrumpir la interpretación. Pero siempre al límite.

Esa es la grandísima alegría de la práctica de la ejecución. Tan distinta a la de la contemplación intuitiva del que sólo es oyente. Del que habla de arquitecturas que no ha visitado ni mucho menos construido.


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