domingo, 16 de septiembre de 2012

De los techos olvidados


a mi casero no le ha gustado un pelo

"¿La filosofía? Juguetes que penden del cabezal de un niño mortalmente enfermo."

A grandes rasgos (y sin afán ni tiempo de ser exhaustivo), en la actualidad, me parece distinguir cinco maneras principales de tratar los techos:

La primera es una pretendida limpieza, abstracción y neutralidad, la banalización de la cuestión. Lo simétrico a meter la mierda bajo la alfombra: falso-techo (terrible nombre) de cartón y yeso, blanco, protección oficial contra las instalaciones, refugio de bichos y polvo. Y que por fuera, sin embargo, intenta mostrarse como una sola capa impecable. Aunque asomen focos, altavoces, o detectores de humo de vez en cuando. Y aunque los ordenemos. Pero ellos querrían pasar desapercibidos o todo lo contrario, que sería tomar un protagonismo impropio.
Cada vez me molestan más estas cosas. Hay muy pocas maneras honestas de esconder, y esta no es una de ellas. Hay gente que los pinta de color y ya se quedan tan tranquilos. Entiendo que es una opción razonable en muchos otros sentidos, entre ellos el económico. Pero conceptualmente me parece una tropelía.

La segunda es aspirar también a esconderlo todo, pero de una manera formalmente más sofisticada. En estos casos, si por ejemplo la forma está vinculada a la estructura, o si esta forma se justifica en sí misma (como sucede a las formas bellas), el resultado puede ser más respetable.

La tercera podría parecerse a la anterior, pero ya no aspira a ocultarlo todo. Se trata en esencia de conseguir dos capas con diferente grado de exposición: la que da más la cara y la que contiene todo el resto de necesidades, que pueden entreverse. Hay que alcanzar una relación de diálogo constructivo entre ellas. A mí personalmente me cae muy bien. Porque si aciertas con la capa que tiene que dar la cara en la otra puedes armar todo el jaleo del mundo, y siempre casarán bien.

La cuarta es convertir la necesidad en argumento, sin medias tintas. Resultado del proceso constructivo. Sin capas, carne cruda. Gusta como gusta la verdad, aunque doliera. La opción más honesta. Para la cual hay que lidiar por algún lado con las instalaciones, pero es algo viable y hay ejemplos excelentes.

Y en todos estos casos nos relacionamos con el techo a distancia. Sin tocarlo digamos. Por eso me parece oportuno proponer que quizá haya una quinta tipología que me interesa separar de las anteriores, aunque se combine con alguna de ellas, porque se caracteriza por su interacción directa con el techo: poleas, mecanismos, juguetes que cuelgan... y es discutible otorgarle el nivel de "tipología de techo", pero pienso que poco a poco irá tomando cuerpo. Construcciones donde resulte difícil diferenciar entre lo que cubre y lo que está siendo cubierto. A medias entre edificio y artefacto, quizá móvil.

Sin embargo, volviendo al presente y al pasado, lo que no recuerdo es a ningún profesor en toda la carrera incidiendo, específicamente, en el tema de los techos en un sentido modernista o barroco. ¿De verdad lo consideramos superado? ¿O acaso nos vemos incapaces de adaptarlo a nuestro tiempo?

Parece que ya sólo proyectáramos los techos cuando estamos obligados por cuestiones técnicas. Y más que en cualquier otro paramento reina la discutible sensación de que el ornamento fuera un delito.

Algunas de las veces en que necesitamos pensar, llorar, soñar... nos dirigimos a ellos. En ese momento es cuando podría estar bien que contuvieran algún mensaje, aunque no fuera literal. Algo de fantasía, subjetividad, protección cósmica, complicidad... en esos momentos de debilidad.

Los techos no serán estrictamente zonas de uso, pero cuando la rutina se agrieta es reconfortante acudir a ellos con la mirada. Y en ese momento lo que necesitamos es que no nos mientan. O que si lo hacen sea de forma bella, modernista o barroca, por ejemplo.



1 comentario:

  1. Como decía Reyner Banham "el falso techo, ese blando bajo vientre de la arquitectura"....Interesante texto!

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