domingo, 15 de abril de 2012

De las campanas ocupando espacio público sonoro


generador de sonidos públicos Hallgrímskirkja, en Reykjavík


Durante un viaje a Siria en 2009 quedé totalmente fascinado, sobre todo en Damasco por la intensidad, con que la ciudad metamorfoseara cinco veces al día, coincidiendo con los rezos musulmanes (que ya de por sí pueden ser de una belleza brutal e hipnótica).
Todo empezaba a pararse hasta que se paraba casi por completo. Diez o quince minutos de inquietante tranquilidad. Y entonces, según iban acabando de rezar los que habían empezado primero (había ligeros desfases entre ellos), todo empezaba a recuperar su bullicioso ritmo poco a poco, hasta recuperarlo completamente.
En una ocasión fui a un locutorio para comprar una tarjeta de teléfono. Coincidí sin saberlo con el momento en que el tendero rezaba, arrodillado en medio del establecimiento, orientado hacia una dirección aleatoria para mí. Totalmente justificada en cambio para él, que miraba a la Meca. Y todo esto yo lo observaba desde fuera a través del cristal, porque la puerta estaba cerrada con llave. No la abrió para mí. Ni tan sólo me miró. Únicamente pude comprar la tarjeta de teléfono cuando él hubo acabado el rezo.
Pero lo más impactante y onírico era de madrugada, cuando sonidos de rezos procedentes de megáfonos de minaretes de diferentes mezquitas entraban desfasados entre sí por la ventana del albergue, que estababa abierta de par en par (y el ventilador de techo encendido), porque el calor era insoportable. Eso, los olores a especias que impregnaban todo y la omnipresente luz de neón que también llegaba hasta mi cama, es lo que más recuerdo. Una experiencia sensorial muy completa.
En estos momentos la dictadura que daba soporte a todo ese precioso embrujo está masacrando a su pueblo. Y como en Libia o Egipto la salida a la crisis será quizá menos autoritaria o sangrienta, pero de un grado de fanatismo elevadísimo también. Así que no seré yo quien los defienda. Pero por lo menos, aunque al servicio de una religión (y por tanto una mentira), su estrategia era compacta y creíble para ellos. Se leía también en las calles y los rostros de la gente. Era toda una sociedad aunada en un delirio, pero unida.


Lo que pasa en España con la Iglesia y las iglesias, a día de hoy, es diferente. Hemos superado su fase más oscura y sangrienta. Pero todavía nos queda mucho que lidiar con los problemas derivados de su fase de decadencia como "maquinaria generadora de sentido" de nuestra sociedad.

Leí hace tiempo que "el olvido es un arma esencial para los gobiernos". Y desde entonces no se me ha olvidado.

Retirar las estatuas de Franco de los espacios públicos, a día de hoy, me da escalofríos. ¿Acaso pretendemos olvidarlo? Pienso que sería mucho mejor, por ejemplo, pintarlas todas de rosa. O cualquier otra acción que las critique, las convierta en otra cosa. Y no permita que las olvidemos.
Pero retirarlas es el primer gran paso para olvidarlas.

Con esto quiero decir que considero positivo conservar las repercusiones de nuestra historia y nuestra cultura en la ciudad. O por lo menos referencias a ellas. En un grado razonable. Sin ser ingenuos, porque no pueden explicarlo todo, perderán sentido, y no pueden sustituir la lectura u otras formas de aprehender la historia. Pero el limbo identitario de la tabla rasa es el líquido amniótico perfecto para el eterno retorno de la estupidez humana.

Además es especialmente importante recordar la historia cuando ha sido negativa.
Olvidamos fácilmente. Aunque lo bueno, si se repite, es bienvenido.
Lo malo en cambio, al repetirse, se convierte en peor. Por lo triste que resulta el no aprender de los errores, más aún cuando cuestan vidas.

Y aunque haya que ser duro, también parece inteligente ser pacientes y tolerantes con los sistemas que se descomponen, porque así mueren sin retorcerse. Y esto genera menos rencor.

Pero no sólo como volúmenes físicos (estatuas, edificios, plazas...) se registra la historia y la cultura en el entorno físico.

La cuestionable creciente supremacía del sentido de la vista en nuestra experiencia vital, el hábito de su inmediatez, nos hacen olvidar a menudo que el espacio físico está inundado también de sonidos, olores, texturas, temperaturas... que participan, aunque quizá de una forma más subliminal, también profundamente a la hora de generar nuestra impresión del mundo.

Tras las imágenes, los sonidos quizá sean la fuente más importante de información que recibimos del exterior. Por cantidad, por su amplio radio de acción, porque se solapan fácil y constantemente entre ellos...
Y por tanto, si no ejercemos ningún tipo de control, corremos riesgos que van de lo insignificante a lo terrible, pasando por lo anecdótico.

En cuanto a la intensidad del sonido ya existen regulaciones basadas en la sensibilidad media del oído humano que, aunque todo es mejorable, a grandes rasgos funcionan. Así como las franjas horarias en las que pueden o no producirse.
En cuanto al contenido literal del mensaje las regulaciones imagino que son paralelas a las de cualquier otra forma de expresión.
Y dejando muchas cosas de camino, porque no pretendo hacer una tesis del "derecho sonoro", quiero llegar a una cuestión a la que pienso que no se le dedica la atención que merece. Quizá, simplemente, porque estamos demasiado acostumbrados. Pero desde que empecé a planteármelo cada vez me doy más cuenta de cómo su tufo entra por la ventana e invade impunemente nuestra intimidad con descaro.

Reduciendo la cuestión a España para poderla abarcar: la Iglesia se ha encargado durante siglos, entre otras cosas, de ir plantando una red de campanarios estratégicamente situados. Cuyas campanas no se olvidan de repicar, nunca mejor dicho, religiosamente. Todos los días.

Imagina que pudieras ver todo el país a vista de pájaro, y que pudieras escuchar a tiempo real todas las campanas que suenan a la vez, decenas en cada ciudad, una como mínimo por pueblo. Todas a las 12:00, un domingo cualquiera. La imagen a mí me sobrecoge. Sobre todo porque cada vez va menos gente a las iglesias, pero se nos sigue fumigando a diario.

Podría parecer que no es tan grave, pero a mi me resulta escandaloso y desproporcionado. Campanas sonando cada día de tu vida...
Si no eres creyente, y te acostumbras, ese sonido acaba convirtiéndose en un fantasma que no se marcha nunca. Un holograma permanente que no mereces. Y nadie tiene derecho a imponer algo así.
Sin embargo la intensidad sonora de ese fantasma y su frecuencia a lo largo del día son más elevadas que las de cualquier otra manifestación cultural.

Como las estatuas de Franco no creo que fuera acertado suprimirlo de golpe. Ni aunque no existiera ya nadie que creyera en ellas. No sólo ha de ser progresivo sino que además probablemente no debería nunca desaparecer del todo. Tan sólo ha de llegar el difuso momento en que se produce un cambio de sentido, y la sociedad lo acepta con naturalidad.

Apartadas ocupaciones naturales del espacio público sonoro (sonidos de animales, viento, agua corriendo o goteando...) y las que pueden resultar molestas pero son inevitables para dar servicios imprescindibles a una inmensa mayoría de los ciudadadanos (sirenas de ambulancia, el ruido del tráfico...), al considerar ocupaciones de espacio público sonoro que forman parte del ámbito de lo cultural encontramos muchas actividades que se manifiestan repetidamente. Son actualmente los sonidos propios de la vida de las sociedades de masas: los alrededores de un estadio rugiendo los días de partido, los macro-conciertos que en ocasiones se oyen a kilómetros de distancia... pero ninguno forma parte de una maraña tan densa, precisa y premeditada como lo son las iglesias. Porque representan diferentes equipos, diferentes deportes, diferentes grupos o estilos musicales... pero las campanas de las iglesias suenan todas con el mismo pretexto, defendiendo la misma mentira, coordinadas para un mismo fin. Y me parece más terrible cuanto menos acompañadas las veo de la sociedad, que ya hemos elegido nuestras nuevas mentiras. Y lo demostramos claramente acudiendo en masa a los templos contemporáneos que son los centros comerciales.

Por eso me parece razonable aspirar a una reducción progresiva de ondas sonoras generadas por campanas de iglesias: porque resulta evidente la progresiva convicción de que esas ondas, lo que representan, es a una secta.

Y ahora ya tenemos otra creencia: la del consumo.

¿Para qué nos iban a hacer falta el sufrimiento, la escasez y la sumisión
si ahora tenemos el ocio, la opulencia y la soberbia?



1 comentario:

  1. ..................................Abril 14/12

    ~Palomas Valencianas~

    Palomas y palomas
    esbeltas y blancas
    engalanan con orgullo
    sus plumas de damas
    en la Plaza de Valencia.

    Valientes, decididas
    picotean con esmero
    lo que los turistas
    paisanos y gentes
    les ofrecen en Domingo.

    Se colocan junto
    al hombre estatua
    y beben, se bañan
    remojando sus alas
    alrededor de la fuente,

    Pacientes al sol
    se dejan enfocar
    si las asustas
    todas unidas
    rompen al vuelo.

    Poco a poco
    una a una
    vuelven al lugar
    y pasean
    con primor y elegancia...


    Ysa,


    Feliz Campanas!!

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