lunes, 9 de abril de 2012

De la bajeza y decadencia infladas de Eurovegas


decadencia en perfecto estado: Las Vegas

Me llegó el otro día un email de esos en cadena, de los que vienen azucarados y tan diluídos por la forma que rara vez les dedico algo de mi tiempo.
No es que no contengan mensajes bellos, útiles o valiosos. Pero demasiadas distracciones suelen acompañarlos. Y si estamos de acuerdo en que la vida es corta, generalmente considero la densidad y la intensidad valores añadidos.

El asunto del email en cuestión era "FW: Rm: LO QUE NO ME MATA ME HACE MÁS FUERTE". Lo abrí sólo por simpatía con el maestro. Por ver cómo se había simplificado, descafeinado y por tanto pervertido su mensaje. Y efectivamente hacía referencia a cuestiones menores y superficiales.

Pero no puede negarse que el mensaje en sí mismo es una lección muy valiosa. Y aunque haya sido minimizado ha conseguido llegar a las masas en forma de refrán popular pegadizo que abandera latigazos de amor propio. Con el carácter de montones de hormiguitas que increiblemente se recomponen y reincorporan a la lucha tras ser chafadas.

Al mismo tiempo que implica renunciar en parte a su potencial total, es interesante que pueda utilizarse en diferentes grados de profundidad. Desde un niñato egoísta y autocomplaciente hasta el ser más lúcido y sensible. Se puede aplicar sin perder su validez. Cada uno a su escala puede utilizarlo.
Me parece mejor esto, en cualquier caso, que conservarlo en estado puro exclusivamente para una élite. Porque la élite lo es. Y lo elevado existe. Pero somos muchos en el planeta. Ser realista puede ser tan bello como ser idealista. Las cosas no son fáciles. Y cualquier ayuda es bienvenida.

Es la enésima aportación que los arquitectos pueden ofrecer a la sociedad: el empapar (o quizá mejor humedecer cuidadosamente) el espacio físico con valores o conceptos elevados. Para que de alguna manera acaben siendo absorbidos e interiorizados por los individuos que los habitan, a través de la cultura popular en última instancia. Lo cual se produce de una forma u otra. Y la élite del pensamiento no ha de preocuparse, siempre serán algo exclusivo por definición.

No se trata de que la belleza lo transmita todo. Porque esa es una fórmula excesivamente imprecisa.
Hay que explicarlo en las escuelas de arquitectura. Escribirlo en las memorias de los proyectos. Un trabajo no pagado. Los arquitectos de la administración deberían entender de todo esto. Repartirlo por todos los sitios. Lo cual no quiere decir hacerlo en exceso ni banalizarlo.

Y aunque sea una lástima que esos conceptos o valores elevados se diluyan y lleguen reducidos, aunque no pueda garantizarse el éxito, es mucho peor cuando sucede todo lo contrario: conceptos o valores bajos y decadentes de partida.

¿Qué pueden transmitirle a un individuo o a una sociedad proyectos como Eurovegas si su esencia pudiera ser transferida sin pérdidas? Pero si además esa esencia, como pasa con todo lo demás, se diluye. Y el dorado se descascarilla. El blanco amarillea. El plástico pierde color. Los falsos techos de hotel se desencajan. Y el cartón-piedra se agrieta. ¿No es acaso el colmo de la decadencia, inflada con la excusa de que reportará una riqueza exclusivamente material en el mejor de los casos?

¿Cómo podría un humano, embebido en toda esa mierda, afirmar que es feliz de forma creíble?

Esto me lleva a otra pregunta. ¿Todo se trata, entonces, de "ser feliz"?

Y me respondo "No. Todo se trata de ser creíble". Ser creíble para uno mismo.

Cuando la arquitectura es creíble para ella misma gran parte del trabajo está hecho.

Cuando en vez de humanos las decisiones las toman cerdos hay poco lugar para la arquitectura, la felicidad y la credibilidad.

Por desgracia darnos cuenta suele llevarnos demasiado tiempo.
Se nos recordará por este tipo de atrocidades. Se reirán de nosotros y nos criticarán. Pero lo peor habrá sido la decadente atmósfera en la que tuvieron que vivir y respirar los humanos involucrados. Sólo tenían una vida y la pasaron envueltos de mierda.

Aunque intenten aparentar lo contrario o esconder su fracaso los espejismos siempre acaban rotos en el suelo, como cristales apedreados por la verdad. Pero eso no evita el daño que habrá causado, para entonces, su presencia.

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