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Hablar de la intuición, de la inspiración, dirigiendo la mirada al vacío inaccesible del espacio que hay detrás del cielo. Porque es la dirección que nos permite mirar más directamente a infinitas dimensiones ocultas, sin cruzarnos con ninguna torpe referencia humana.
Sucede cuando uno ha sentido la inspiración en forma de polvo de estrellas que se posa delicada y silenciosamente, o en forma de cuchillos que le asaltan y se le incrustan sin previo aviso, provenientes de otras dimensiones en ambos casos. Mientras se trabaja, duerme o desayuna (probablemente en las dos últimas uno ha de haber trabajado duro el día anterior).
En la convicción de que las ideas, efectivamente, se incuban.
El determinismo radical ya nos despoja de todo mérito. Y nos libera de toda culpa. Nos desnuda para recibir los latigazos de la pérdida o para sentir la brisa del devenir.
Pero la certeza de que las ideas no nos pertenecen, aunque las representemos, nos regala además el celebrarlas vengan de donde vengan. De uno mismo o del enemigo. Con la misma intensidad.
Mirar al suelo. Sonreír sepultado de humildad.
Mirar al suelo. Sonreír sepultado de humildad.
Sentir clavado en el cerebro
que se equivoca,
profundamente,
cualquier humano
al que se le ocurra insinuar
que sus ideas le pertenecen.
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