martes, 15 de julio de 2014

Diario de viaje: Mánagata 15 (Día 2)

Ayer por la noche nos sentamos a cenar pasadas las ocho de la tarde. Bebimos la botella de vino que traje. Para no interrumpir la enésima siesta del día de Radisa, como ocupaba la silla en la que yo pensaba sentarme, Eðvarð fue a la habitación a buscar otra.

Estuvimos hablando sobre la magia de los lugares, y el embrujo imprescindible que han de tener las creaciones humanas para que funcionen en términos artísticos o de belleza. Me sugirió incorporar el duende en la nube de conceptos de los que me gusta rodearme para intentar darle sentido a los misterios de la percepción.

Hablamos también de la anatomía del miedo, la geometría del dolor, las teorías del olvido y la rehabilitación en los corazones de los seres humanos.

Tomamos varias tazas de café en la sobremesa, y se hizo tarde.


Se hizo tan tarde que me despierto y apenas tengo tiempo para desayunar como mandan los dioses. Pero antes de salir de casa hago una visita rápida a varios rincones. Descubro que me queda mucho por descubrir entre estas paredes. Me doy cuenta de que desde que llegué a Mánagata 15 me paso el día conmovido, por el lugar, por las conversaciones con Eðvarð, por la belleza de los rasgos del silencio, por cualquiera de los infinitos detalles que habitan las diferentes dimensiones, por una mezcla de todo esto y otras cosas, o por algo que todavía no entiendo. Pero así es.

Hoy presumiblemente no vendré a dormir. Casi me da pena pensarlo...
¿Cómo puede ser, este vínculo, en dos días?

Fotografío algunos de esos detalles. Todo tiene una luz inexplicable, casi todas las cosas se pelean por llamar mi atención, y tengo que salir, pero me quedo con ganas infinitas de mirar y ver más.




Cierto es que la belleza, parcialmente, está en la mirada del que observa.
Pero que un espacio incendie las ganas de mirar, y de ver,
eso es una forma de arquitectura.



1 comentario:

  1. todo lo que escribes me abruma, por tanta sensibilidad y sentimiento.

    ResponderEliminar